“Cuida de la unidad pues no hay nada mejor que ella”.[1]
“Ignacio, llamado también Teóforo, a la Iglesia que está en Magnesia del Meandro, que ha sido bendecida en la gracia de Dios Padre, en Jesucristo nuestro Salvador, en el cual la saludo y le deseo una sobreabundante alegría en Dios Padre y en Jesucristo.
Al conocer la perfección de vuestro amor según Dios, con alegría me determine a conversar con vosotros en la fe de Jesucristo. Pues habiendo sido considerado digno del nombre glorioso por las cadenas que llevo, entono un canto a las Iglesias, en las que deseo la unión de la carne y el espíritu de Jesucristo, nuestro vivir para siempre; [unión] de fe y amor sobre la que nada prevalece y, lo más importante, [unión] de Jesús y el Padre, en el que resistiendo y escapando a toda maldad del príncipe de este mundo llegaremos a Dios.
Puesto que tuve el honor de veros en las personas de Damas, vuestro obispo digno de Dios, y de Basso y Apolonio, vuestros dignos presbíteros, y del diácono Zosión, mi compañero de esclavitud, de quien me gustar gozar porque obedecen al obispo como a don de Dios y al presbiterio como a ley de Jesucristo…
No conviene que os aprovechéis de la edad del obispo, sino que le tributéis toda consideración conforme al poder de Dios Padre, tal como también he sabido que vuestros santos presbíteros no se han aprovechado de la juventud que manifiesta, sino que, como prudentes en Dios, se le han sometido, no a él sino al Padre de Jesucristo, el Obispo de todos. Así pues, para gloria de Aquel que nos ha amado, es conveniente que obedezcáis sin hipocresía alguna. Pues, cuando alguien burla al obispo visible no engaña a éste sino al invisible. Tal asunto no es palabra que se refiera a la carne, sino a Dios que conoce lo oculto.
Así pues, es conveniente que no sólo os llaméis cristianos, sino que también lo seáis. Algunos lo llaman obispo, pero luego actúan prescindiendo de él. Los tales no me parecen tener una conciencia limpia al no reunirse válidamente según el mandato.
Puesto que gracias a las personas antes mencionadas he visto la fe y he amado a toda vuestra comunidad, os exhorto a que os afanéis para hacer todo en la concordia de Dios, presidiendo el obispo en el lugar de Dios, los presbíteros en el lugar de la asamblea de los Apóstoles y los diáconos –para mí, dulcísimos– a los que se les ha confiado el servicio de Jesucristo que estaba junto al Padre antes de los siglos y se manifestó finalmente. Así pues, como todos habéis adoptado las actitudes de Dios, preocupaos los unos de los otros, y nadie mire al prójimo según la carne, sino amaos siempre los unos a los otros en Jesucristo. No haya nada en vosotros que pueda dividiros, sino uníos al obispo y a los que os presiden a imagen y enseñanza de la incorruptibilidad.
Así como el Señor nada hizo –ni por sí mismo ni por los Apóstoles– sin el Padre pues estaba unido a Él, de la misma manera vosotros nada hagáis sin el obispo y los presbíteros. Tampoco intentéis mostrar como algo razonable [lo que hacéis] separadamente, sino en común: una oración, una súplica, una mente, una esperanza en el amor, en la alegría inmaculada que es Jesucristo, mejor que el cual nada existe. Corred todos a una como a un único templo de Dios, como a un único altar, a un único Jesucristo que salió de un solo Padre, existe para uno solo y regresó [a uno solo]”[2].
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“Ignacio, llamado también Teóforo, a la Iglesia de Dios Padre y del Señor Jesucristo que está en Filadelfia de Asia, la cual ha alcanzado misericordia, ha sido sólidamente establecida en la concordia de Dios y se regocija inquebrantablemente en la pasión de nuestro Señor, plenamente convencida de su resurrección por medio de toda misericordia. A ella la saludo en la sangre de Jesucristo que es alegría eterna y constante, más aún si están unidos al obispo, a los presbíteros que están con él y a los diáconos que fueron establecidos por voluntad de Jesucristo, a los cuales, por propio deseo, fortaleció en la firmeza por su Espíritu Santo.
He conocido que el obispo –no por él mismo ni por los hombres– posee el ministerio que conviene a la comunidad, no para vanagloria, sino en el amor de Dios Padre y del Señor Jesucristo. Estoy asombrado de su equidad pues, cuando calla, puede más que los que hablan necedades. Pues está en tan perfecta armonía con los mandamientos [de Dios] como la cítara con sus cuerdas. Por ello mi alma celebra sus sentimientos [orientados] a Dios, pues he sabido que son virtuosos y perfectos y [también celebro] su firmeza y su mansedumbre conforme a la equidad del Dios vivo.
Así pues, como hijos de la luz de la verdad, huid de la división y de las malas doctrinas. Allí donde esté el pastor, seguidle como ovejas. Pues muchos lobos que se presentan como dignos de fe cautivan con un perverso placer a los corredores de Dios. Sin embargo, no tendrán cabida en vuestra unidad.
Apartaos de las malas hierbas que no cultiva Jesucristo, porque no son plantación del Padre. No [escribo así] porque haya encontrado división entre vosotros, sino purificación. Pues todos los que son de Dios y de Jesucristo están con el obispo. Y, cuantos una vez arrepentidos, vuelvan a la unidad de la Iglesia, éstos también serán de Dios para que vivan conforme a Cristo. No os engañéis, hermanos míos. Si alguno se adhiere aun cismático, no hereda el Reino de Dios. Si alguno camina con sentimientos distintos, no se adhiere a la Pasión.
Esforzaos por frecuentar una sola Eucaristía, pues una es la carne de nuestro Señor Jesucristo y uno el cáliz para unirnos a su sangre, no es el altar como uno es el obispo junto con el presbiterio y los diáconos, mis compañeros de esclavitud, para que lo que hagáis, lo hagáis según Dios”[3].
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“Por tanto, os conviene correr a una con la voluntad del obispo, lo que ciertamente hacéis. Vuestro presbiterio, digno de fama, digno de Dios, está en armonía con el obispo como las cuerdas con la cítara. Por ello Jesucristo entona un canto en vuestra concordia y en vuestra armoniosa caridad. Cada uno de vosotros sea un coro para que, armoniosos en la concordia, acogiendo la melodía de Dios, cantéis con una única voz al Padre por medio de Jesucristo, para que os escuche y reconozca, por vuestras buenas obras, que sois miembros de su Hijo. Así pues, es bueno que vosotros permanezcáis en la unidad inmaculada para que siempre participéis de Dios.
Pues si yo, en poco tiempo, he alcanzado con vuestro obispo tal intimidad –que no es humana sino espiritual–, ¡cuánto más os estimo dichosos a vosotros que estáis tan estrechamente unidos a él como la Iglesia a Jesucristo y Jesucristo al Padre para que todas las cosas sean concordes en la unidad! Que nadie os engañe. Si alguien no está dentro del altar del sacrificio, carece del pan de Dios. Pues, si la oración de uno o dos tiene tal fuerza, ¡cuánto más la del obispo y toda la Iglesia!
Así pues, esforzaos en reuniros frecuentemente para la acción de gracias y la gloria de Dios. Pues cuando os reunís con frecuencia, las fuerzas de Satanás son destruidas, y su ruina se deshace por la concordia de vuestra fe. No hay nada mejor que la paz, en la que toda guerra de los seres celestes y terrestres es abolida”[4].
[1]A Policarpo, I,2. Todos los textos según la traducción de J. J. Ayán en: Padres apostólicos, Madrid, Ciudad nueva, 2000.
[2]A los magnesios, I-IV,1; VI,2-VII,2
[3]A los filadelfios, I-IV,1.
[4]A los efesios; IV,1-V,2; XIII,1-2