Diálogos Communio
Corti Maderna: Hablaremos libremente de nuestras lecturas al margen de nuestras especialidades respectivas, de modo de enfocar nuestras lecturas por sectores no especializados: letras, ciencias diversas, historia, arte, en general y aún films cinematográficos, con su carácter de relatos correspondientes.
Letras/Espiritualidad
Luisa Zorraquín: el libro (Mito, plegaria y misterio: aportes para una mitología mística de la oración cristiana. Ediciones del cristo orante, 2012, 359 pág.), se presenta a sí mismo como un «contrafuego». Y lo es. El contrafuego es efectivo porque la fuerza y belleza de su argumentación, de las imágenes, de los autores con los cuales dialoga Diego de Jesús –monje del Monasterio del Cristo Orante sito en nuestra imponente cordillera mendocina-, son una bocanada de aire fresco que abre la mente y predispone al lector a pensar con Hamlet: Hay más cosas en el cielo y en la tierra de las que pueda soñar tu filosofía Horacio, frase que no por tan trillada deja de ser menos verdadera.
¿De qué se trata? De una lectura de la realidad como sacramento. Como signo visible de algo invisible. El «mundo» como un mito. Y la Encarnación como el Gran Mito. En las horas de las grandes desmitificaciones bíblicas y dogmáticas donde una de las labores centrales del filósofo es seguir derrocando mitos con la fuerza y el poder de la razón el autor propone, sorpresivamente, una vindicación del mito. Pero no como mero retorno al mito sin más sino luego de un proceso de purificación; un proceso donde mito y logos se rencuentran en una mutua inhesio que posibilita un ascenso hacia la verdad completa. En una de las frases más logradas y que mejor resumen su obra afirma Diego de Jesús: en el ida y vuelta del mito al logos, el logos retorna a la casa del mito para fecundarlo y protagonizar una suerte de expiración conjunta, de un «pneuma» que fuera uno con ambos y distinto de ambos.
Pero este mito fecundado por el logos, no es sólo una vía para expresar el «Misterio», un mero recurso literario. El mito tiene «poder», tiene lo que en buena filosofía llamamos «potencia», precisamente porque es un modo mucho más poderoso para transmitir la verdad. Efectivamente, el mito transforma a quien se involucra con él. Pero, paradójicamente, lo hace no a través de mostrar la verdad o el bien de su mensaje sino a través de la «belleza» (sonríe Balthasar). Porque el mito tiene un poder conductor, una suerte de kindly light (Newman).
Pero aún hay más: este poder conductor del mito resplandece en la Liturgia. Cita Diego de Jesús a van der Leeuw: el rito es un mito en acción, agregando, como una suerte de afterthought que expresa toda la belleza concentrada de su genética monástica: y la Liturgia es Teología cantada.
Por este poder conductor que hace a su misma esencia, el mito troca en oración, porque el orar sigue al ver. El hombre, ante el asombro litúrgico, ante el estupor celebrativo, ¿comprende? la desmesura de su Creador y de rodillas, emprende un diálogo íntimo y transformante. El mito ha devenido en mística.
Por eso, si como humilde lectora puedo decir algo de este libro, -y desde ya me avergüenzo del galope tendido con el que intento atravesar una obra inmensa- diría: este libro enseña a rezar. Un libro bello.
Espezel: más allá de nuestro ministerio sacerdotal y teológico, y alguna buena y sugerente lectura de espiritualidad de Thomas Hálik (con su experiencia en la sociedad secularizada checa ya antes de la caída del muro de Berlín), querría destacar de la década pasada, la figura del húngaro Sandor Márai, fino y perspicaz narrador de pequeños relatos casi teatrales, y dotado de una notable mirada psicológica para describir el mundo centroeuropeo de la entreguerra y la postguerra. Con una acentuada piedad por el hombre, humanística, diríamos, y evidentemente agnóstico, no obstante una básica buena voluntad hacia la Iglesia, es una figura de la resistencia antisoviética y sus dos diarios constituyen un notable testimonio de su tiempo y de su tierra. Desconsolado emigrado que “habita” su lengua y la extraña, también escribe una novela de más envergadura, La Mujer Justa. Interesante también resulta su amor por el Sur y el Mediterráneo, Nápoles y su bahía. Quizás su mejor obra sea El último encuentro, que fuera llevada al teatro con suerte varia, dado lo singular del mundo magiar y la dificultad de su traducción.
Más recientes son las novelas de Philippe Claudel, profesor en escuelas de niños enfermos y en cárceles, cuyo Informe de Brodeck y La nieta del Señor Linh constituyen dos joyas muy diversas y valiosas, dramáticas y llenas al mismo tiempo de honda humanidad.
De un registro totalmente diverso es la obra muy notable de Erri de Luca, napolitano y hombre del sur, apasionado por la Biblia hebrea, que es comentada en forma aparte por Cistina Corti Maderna, de modo que le dejamos a ella la palabra.
En el género de novela policial la serie de Wallander, de H.Mankell, el antihéroe son sabor a Bergman, siempre agotado y diabético, con sus paréntesis africanos, dentro del clima escandinavo en Escania, tiene una notable capacidad de entretenimiento.
Hoevel: mi área de especialización es la filosofía social y económica de modo que una parte importante de mis tiempos de lecturas (casi todos concentrados en las largas horas dedicadas a los medios de transporte público) la dedico a estos temas. Por las noches, en el breve tiempo que va desde que me acuesto hasta el abrazo final de Orfeo, aprovecho para disfrutar de la literatura. En los últimos meses sigo leyendo La Guerra y la Paz, en la temible y reconcentrada edición de Porrúa. Confieso que nunca llegué a terminarla. Siempre comienzo con gran entusiasmo a leerla en algún verano –tiempo ideal para las grandes novelas del XIX- pero desfallezco alrededor de abril, cuando la rutina tan poco evocadora de nuestra época me deja incapacitado para la inmersión espiritual casi completa que requieren los libros de este tipo. Estoy por comenzar la séptima parte, cuando se anuncian problemas en el noviazgo del príncipe Andrés con Natacha. Es un momento extraño, ya que el príncipe parecía muy entusiasmado y rejuvenecido con la joven Rostov, esa muchacha tan llena de vida. Incluso parecía que Andrés superaría el terrible escepticismo existencial en el que estaba sumido, como se había visto en su tremendo diálogo con Pedro. Pero todo comienza a presentarse de nuevo de modo ambiguo: no sólo en el nivel de las relaciones personales, sino también en el de la gran historia que enmarca esta fantástica e interminable novela.
Seguramente para contrarrestar mi extraña y nunca del todo completa afición por La Guerra y la Paz, un amigo me regaló para mi cumpleaños una novela contemporánea del escritor sueco Jonas Jonasson con el título La analfabeta que era un genio de los números. Por supuesto que tanto el título como el modo completamente prosaico con que comienza el libro activaron desde el comienzo todos los prejuicios típicos de mi formación clasicista que me inclina siempre a sentir alergia por los textos escritos en el modo irreverente y chato de tantos autores contemporáneos. Sin embargo, poco a poco sucumbí al embrujo de este habilidoso escritor que cuenta la surrealista historia de Nombeko, una chica sudafricana nacida en plena época del apartheid en las villas miserias de Johannesburgo. Dotada de altísimo coeficiente intelectual, Nombeko consigue superar su aciago destino y llega a protagonizar, a través de una serie de peripecias que van desde su Sudáfrica natal hasta Suecia, algunos hechos extraordinarios que rozan insólitamente la vida política de las grandes naciones. Un texto escrito en clave de absurdo, lleno de ácida ironía, dotado de una hábil técnica narrativa que termina atrapando incluso al lector más reticente como era mi caso. Lo que no pudo todavía el gran Tolstoi, lo alcanzó conmigo el oportunista y habilidoso Jonasson.
Me gustaría mencionar también dos magníficas novelas El caso Kurílov y Los bienes de este mundo de una escritora que ya conocía: Irene Némirovsky. Un alumno mío de casi ochenta años me había regalado hace un par de años Suite francesa, la novela más conocida de esta estupenda escritora nacida en Kiev en 1903, emigrada a Francia y muerta en Auschwitz en 1942. En El caso Kurílov Némirovsky cuenta la historia de León M. un revolucionario bolchevique quien en 1903 recibe el encargo de ejecutar a Valerian Alexándrovich Kurílov, ministro de Instrucción Pública del zar Nicolás II con el objetivo de debilitar el régimen imperial. Lo fascinante de la novela es el proceso de transformación del joven León quien una vez que logra entrar al servicio del ministro para matarlo comienza a dudar de sus convicciones ideológicas por la empatía que siente con la dimensión humana de quien tiene el deber de asesinar. En cuanto a Los bienes de este mundo, se trata de una obra predecesora de la gran Suite francesa. Como en esta última el tema es el contraste entre el plácido y por momentos mezquino modo de vida burgués de las clases acomodadas de Francia y el dramático estallido de las dos guerras mundiales. La talentosísima pluma de Némirovsky penetra hasta el fondo del espíritu humano al describir con increíble veracidad el desastre y la destrucción de la guerra así como el empecinamiento y la cerrazón burguesa que se niega a aceptar la cruda realidad aferrada irracionalmente a su idea de seguridad y permanencia.
Mientras estoy comenzando a leer Liberación de Sándor Márai, autor a quien conocí hace muchos años gracias a Alberto Espezel, recuerdo también otra lectura anterior: Mientras no tengamos rostro de Clive Staples Lewis. Esta novela, basada en una recreación de las Metamorfosis (a veces llamada El asno de oro) de Lucio Apuleyo Platónico (125 D.C.), relata la historia de Orual, una mujer fea hija del rey de Gloma y de Psique, su hermanastra pequeña, de belleza deslumbrante. A través de la relación entre ellas, Lewis elabora una profunda alegoría teológica en la que se descubre, de modo inesperado, el modo suave e imperceptible en que Dios va interviniendo en la historia de las personas. Inclinada al egoísmo, la ceguera y el autoengaño en gran medida producidos por el sufrimiento que le provoca su cruel padre, Orual termina por descubrir la posibilidad de que todo lo que parece terminar mal puede transformarse completamente por medio de una mínima colaboración con la acción divina.
Di Ció: Por diversas razones la literatura queda confinada a las vacaciones de verano. Mi última novela fue Paraíso inhabitado de Ana María Matute, fallecida el pasado junio. Con admirable naturalidad la longeva escritora descubre la intimidad de una niña que sobrevive a su perspicacia recurriendo a un mundo de fantasía. Además, luego de algunos años de ministerio quise volver a leer El poder y la gloria.La intuición no falló. El retrato de G. Greene resulta ahora más cercano y conmovedor. Un testimonio de santidad sin lustre, envuelta en miserias, pero certera a la hora de entregar la vida por los demás.
También habría que decir que me gusta reincidir en cierta poesía: Fijman, Vallejo, Borges, Martín Descalzo, Péguy. Vuelvo porque me inspira, por el puro placer de los versos que me hacen bien.
Baliña: ¿El ensayo pertenece a las Letras? Cuando se cumplen 100 años, es un placer releer las Meditaciones del Quijote de Ortega y Gasset en 1914. Tal vez menos placentera y más interpelante sea la Vida de Don Quijote y Sancho de Unamuno. Como si tocara el piano, con la mano izquierda (como bajo continuo) va leyendo capítulo por capítulo del Quijote; con la derecha va tocando los Ejercicios Espirituales ignacianos. Yo sé quién soy, dice Unamuno con Don Quijote, y ante quién estoy en lucha, dice ante el Cristo. Uno se pregunta por qué se peleó con Ortega, por qué se peleó con una Iglesia que no lo supo acompañar.
Filosofía
Espezel: El libro de Jean Vioulac sobre La logique totalitaire, essai sur la crise de l’Occident es una aguda y precisa mirada sobre el pathos totalitario del pensamiento de Hegel, Marx, las reservas agudas de Tocqueville sobre el igualitarismo norteamericano y su riesgo de masificación, y sobre Günther Anders.
Di Ció: Ya antes de Vioulac, Albert Camus había intentado comprender el fenómeno totalitario europeo en El hombre rebelde. Se trata de un ensayo valiente y lúcido donde se cuestiona mucha de la filosofía y de la literatura moderna. Otro tanto cabe decir del politólogo aleman Eric Voegelin. Nueva ciencia política y El asesinato de Diosdesenmascaran el sustrato pseudo-religioso(gnóstico) de las corrientes filosóficas y políticas que gravitaron en el siglo XX.
Historia
Espezel: El centenario de la guerra del catorce invita a leer y releer libros como El Réquiem pour un empire défunt (Austria Hungría) de Fejto, de una información incomparable tanto centroeuropea como francesa e inglesa. El libro de Hart es informativo, mientras que el de Hasting resulta quizás demasiado tedioso en su descripción militar. Llama la atención la insensibilidad del generalato por la pérdida de vidas humanas en ambas partes. Hélene Carrere, en su biografía de Nicolás II, recuerda las palabras del conde Witte, antiguo ministro del Zar: “Esta guerra destruirá las tres monarquías de Rusia, Alemania y Austria-Hungría, aún en el caso de una victoria rusa, ya que la caída de los Hohenzollern y los Habsburgo arrastraría la de los Romanoff” (julio de 1914). Parece inútil discutir sobre las culpabilidades, tan intrincadas son ellas en todos lados. Pero lo que sí cabe decir es que el concepto de “rendición incondicional” fue fatal, contrario a la tradición europea, y prolongó la guerra en forma totalmente insensata. En este sentido, figuras como Lloyd George, o el beato Carlos Habsburgo, o Aristide Briand, aparecen con rasgos mucho más sensatos y menos fanáticos que un Clemenceau, un Guillermo II, un Ludendorff, o un Masarik, o un Setton Watson, en su nivel de asesor. Interesante, por su parte, el libro de Mac Millan sobre Versalles, sus corrillos y sus terribles consecuencias. Y siempre de actualidad La guerra civil europea de E. Nolte.
Pero también leemos sobre historia latinoamericana y en particular chileno argentina. A partir de Edwards Bello y Mario Góngora, la Historia de Chile y el Pinochet de Vial Correa, con sus agudísimas observaciones psicológicas, ayuda a una mirada conjunta de figuras y procesos de ambos lados de la cordillera: Portales-Rosas/Urquiza; Bello-Sarmiento; Alessandri Palma-Yrigoyen; Ibáñez-Perón, etc.
Por amor a nuestro sur nos interesa la historia mapuche de ambos lados cordilleranos, y tanto los libros de Bengoa como de Boccara y Norberto Ras, por ejemplo, ayudan a entender ese espacio tan peculiar y comunicado, con su teoría actual de la nación mapuche, aplastada por Chile y Argentina, utilizada polémicamente tanto en Temuco como en el Comahue. Es interesante señalar la campaña de Rosas de 1833, con su invitación a participar a Bulnes, y la cantidad de muertos (3.400), con el consejo de no tomar prisioneros, sino simplemente eliminar a los aborígenes. Un llamado a la reconciliación, y la actual gobernación del democristiano Huenchumilla en la Araucanía podrían quizás ayudar a encaminar soluciones no terroristas, con un adecuado reparto de la tierra (fiscal o adquirida) y un mutuo respeto de las identidades culturales.
La historia cuzqueña, por su lado, tanto la Historia del Taiwantisuyo de Maria Rostorowska de Díaz Canseco, como la Historia de de la pintura cuzqueña de Benavente Velarde, que trata de la fascinante pintura mestiza cuzqueña (a falta de los clásicos de Mesa y Guisbert), ayudan a imaginar ese mundo mestizo tan rico y expresivo, donde la huella mudéjar dejada por el español (a su vez mestizo) está misteriosamente presente en techos de cedro y motivos decorativos varios.
Baliña: Con estas lecturas amanece una cuestión: la del barroco indiano. Tengo para leer el nuevo libro de Graciela Maturo, editado por la Academia. Tengo leído el libro de Mauricio Beuchot y Samuel Arriarán, que se valen del barroco para plantear un marco de comprensión del mestizaje.