Samuel Fernández
Facultad de Teología – Pontificia Universidad Católica de Chile
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En tiempos de Orígenes, la metáfora médica ya contaba con una larga historia, tanto en el ámbito filosófico, como en el bíblico y el patrístico. Platón, por ejemplo, recurre al lenguaje de las imágenes para hablar de las realidades inteligibles y, entre ellas, las metáforas tomadas del mundo de la medicina son abundantes[1]: la enfermedad corporal es utilizada como un medio para expresar las realidades del alma y también las relaciones sociales: en el contexto de su teoría penal, Platón utiliza la comparación médica para expresar el carácter terapéutico de las penas: el castigo es siempre considerado como una terapia porque se aplica en razón del futuro (pena medicinal), y no en vista del pasado (pena vindicativa)[2]. En Gorgias se encuentra un largo desarrollo en el que Sócrates afirma que la filosofía es al alma lo que la medicina es al cuerpo; mientras que la retórica es al alma lo que la cocina es al cuerpo[3], y, de este modo, la imagen médica se vuelve una prueba didáctica de la utilidad de lo doloroso[4]. Posteriormente, la filosofía helenística, en un momento histórico en que todo parecía derrumbarse, se centró en la ética, entonces, más que nunca, la filosofía se vuelve el arte de sanar, y el filósofo el médico[5].
También la Escritura se vale del lenguaje médico. Muchos textos del Antiguo Testamento suponen que la enfermedad es un castigo divino[6]. Y si la enfermedad es consecuencia del pecado, el remedio es la conversión; si es Dios el que ha enviado la enfermedad, sólo él puede sanar, él es el único médico de Israel. Por otra parte, el uso metafórico de los términos relativos a la enfermedad es frecuente en los profetas[7].En el Nuevo Testamento, las sanaciones son una nota que caracteriza el ministerio de Jesús[8] y una manifestación de la llegada del reino[9]. Los evangelios presentan las curaciones como acontecimientos cuya realización histórica no agota su significado: muchos relatos también tienen un sentido simbólico: la fe del ciego y la incredulidad de los fariseos es expresada con la metáfora de la visión y la ceguera (Jn 9,39); el ciego de Betsaida (Mc 8,22-26) es símbolo del progreso de la fe de los discípulos; Bartimeo (Mc 10,46-52), que descubre al Señor en Jesús de Nazaret, simboliza a los que son capaces de discernir quién es Jesús realmente; la sanación del sordo (Mc 7,31-37), significa que Jesús puede dar la comprensión necesaria para la fe. La realidad histórica y el significado simbólico conviven pacíficamente en los mismos relatos.
Asimismo, son muchos los autores cristianos que utilizan la medicina como metáfora. Por ejemplo, Ignacio se refiere a Cristo como el único médico (Ef., VII,2); Teófilo de Antioquía afirma: ¿Quién es ese médico? Dios que cura y vivifica por medio de su Verbo y su Sabiduría (Autol., I,7); Ireneo dice que la grandeza de la obra de Dios se manifiesta en los hombres, tal como la eficacia del médico, en los enfermos (Adv. haer., III,20,2); y según Tertuliano: La medicina corporal es figura de la medicina espiritual (Bapt., V,5).
En Orígenes, sin embargo, la metáfora médica adquiere una relevancia particular. Adolf von Harnack, en su célebre monografía sobre la expansión del cristianismo en los primeros siglos, afirmó: Orígenes es el que ha descrito a Jesús como médico más frecuentemente y más extensamente[10]. La metáfora es muy versátil: la enfermedad comprendida espiritualmente sirve para expresar las diversas pasiones del alma; la figura del enfermo puede ser aplicada colectivamente, al pueblo, o individualmente, al alma, y permite recorrer toda la trayectoria de las almas, desde su creación, caída, conversión y salvación; finalmente, la metáfora del médico es aplicada a Dios Padre, que castiga movido por su bondad, es decir, aplica tratamientos dolorosos para la salvación, también es aplicada a Cristo, que asume la debilidad humana y sana, e incluso es aplicada a los discípulos y a la misma Sagrada Escritura[11]. Naturalmente, la amplitud del uso de la metáfora obliga a seleccionar alguno de sus aspectos: las presentes páginas se centran en el proceso que experimenta el enfermo, comprendido simbólicamente, con vistas a su sanación. Para comprender este proceso, hay que tener en cuenta la exégesis origeniana y, en este caso particular, el modo de comprender los relatos de sanación. Orígenes no se contenta con mostrar que en algunos casos particulares las enfermedades que aparecen en la Biblia se deben interpretar espiritualmente, sino que elabora una ratio hermenéutica, es decir, una regla para interpretar las enfermedades:
«Ya que toda enfermedad que Nuestro Señor sanó en aquel tiempo en el pueblo se refiere a las diversas enfermedades del alma: los paralíticos representan a los paralizados en el alma (que tienen su alma enferma tendida en el cuerpo); los ciegos representan a los enceguecidos respecto de las realidades que sólo son visibles al alma (que de hecho son ciegos); y los sordos simbolizan a los insensibles a aceptar la Palabra salvadora» (C. Mt XIII,4)[12].
Cada enfermedad y, por tanto, cada sanación relatada en los evangelios describe un proceso más profundo, porque se refiere a la sanación interior. Esta perspectiva no debilita en nada el significado histórico del texto, sino que lo proyecta más allá:
«Todas las sanaciones que Jesús realizó en medio del pueblo, principalmente las que han sido escritas por los evangelistas, sucedieron en aquel tiempo, para que creyeran los que no creen sin ver signos y prodigios; pero las cosas que sucedían en aquel tiempo eran símbolo de aquello que constantemente es realizado por la virtud de Jesús. Pues no hay ni un momento en que no se realice, gracias a la virtud de Jesús y de acuerdo con la dignidad de cada uno, cada cosa que ha sido escrita» (C. Mt XI,17).
La novedad de Orígenes, en este caso, radica en el carácter sistemático de la interpretación espiritual de las enfermedades presentadas por la Biblia, que no es sino una consecuencia de su teoría exegética que otorga sentido espiritual a toda la Escritura (Prin IV,2). Desde esta perspectiva, cada relato se vuelve actual y así edificar al oyente. Por ello, Orígenes se puede dirigir a su auditorio diciendo: También tú has sido sanado por el Salvador… (HCt II,4), y a propósito de la resurrección de Lázaro, puede afirmar: Es necesario saber que también hoy hay algunos Lázaros que, después de la amistad con Jesús, se han enfermado y han muerto (CIoXXVIII, 54).
Con estos presupuestos es posible hacer un recorrido por las etapas del itinerario de sanación del enfermo. En primer lugar, hay que advertir que, en líneas generales, las creaturas racionales tienden a progresar, pero este progreso no es lineal, ni mucho menos necesario: el alma siempre goza del libre albedrío y, por eso, su situación es siempre dinámica e inestable: las heridas, incluso cicatrizadas, pueden reabrirse; el que había abandonado el pecado puede recaer en el antiguo error, como Lázaro, que después de haber sido amigo de Jesús enfermó y murió, para luego retornar a la vida (CIo XXVIII,51-60); e incluso es posible progresar en el mal (proficiere ad peius,SMt 37). Esta condición otorga dramatismo a la vida humana, que es vivida como un verdadero combate espiritual. Según Orígenes, el primer paso del proceso de sanación es la toma de conciencia de la propia enfermedad. Para ilustrar este aspecto, vale la pena comparar la situación de los fariseos y la de los ciegos:
«Y puesto que, por sus opiniones perversas, los fariseos no eran plantación del Padre celestial, por eso [el Salvador] dice a los discípulos: Déjenlos como a [enfermos] incurables. Déjenlos, porque ciegos como están, deben tomar conciencia de su ceguera para que busquen guías. Pero ellos, inconscientes de su ceguera, incluso se ofrecen para guiar a otros ciegos» (C. Mt XI,13).
La falta de conciencia de la enfermedad les impide recurrir al médico. En cambio otros, igualmente ciegos, tienen la actitud contraria:
«Los de buen nacimiento (por provenir de Israel y Judá) pero enceguecidos por la maldad y conscientes de ella… le dicen [al Salvador] que quieren que les sean abiertos sus ojos. Esto dicen, principalmente, los que se vuelven a la Sagrada Escritura conscientes de su propia ceguera respecto a su significado» (C. Mt XVI,11).
Este texto vuelve a proponer la actualidad del relato: los ciegos que claman por su sanación son los lectores de la Escritura que están conscientes de que no son capaces de acceder a sus sentidos más profundos (en oposición a los que sostienen que el único sentido del texto bíblico es el literal, es decir, el que está a la vista). Mientras los fariseos no pueden ser sanados porque no reconocen su ceguera, los ciegos de Jericó claman al Maestro y reciben la sanación. La toma de conciencia de la propia enfermedad está descrita en otro texto muy elocuente:
«Considera un pecador que se deleita en sus pecados y está feliz entre sus males: se revuelca en el fétido estiércol y no percibe la fetidez que es producida por el estiércol del pecado, sino que se complace como entre los más altos placeres y entre los más agradables deleites. Pero si alguna vez sucede que pierde el olfato de los cerdos, y percibe el sentido de la Palabra de Dios, de modo que pueda sentir la fetidez de sus pecados, inmediatamente se vuelve a la penitencia, busca corrección, se vuelve incapaz de soportar su propio hedor y, gritando al Médico celestial y mostrándole las llagas de sus heridas podridas, le dice: Mis llagas hieden y están podridas ante mi insensatez» (H. Sal 37 I,4).
El cambio se produce a nivel de la percepción: cuando el pecador adquiere el sentido de la Palabra de Dios, entonces percibe el mal olor de las heridas y recurre al Médico divino. El recurso al Salvador es precedido por la toma de conciencia del pecado. Ahora bien, después de este punto de partida, Orígenes expresa el progreso del enfermo por medio de diversas figuras; entre ellas se destaca la metáfora de los alimentos. Como de costumbre, justifica el significado espiritual de los alimentos basándose en el procedimiento exegético que ha sido llamado defectus litterae, es decir, insistiendo en que cuando el significado literal de un texto es inaceptable, entonces el texto debe tener un sentido espiritual. A propósito de 1Co 3,2, afirma: ¿Acaso seremos tan ineptos como para pensar que el Apóstol, que ha sido enviado a predicar la Palabra de Dios, ha llevado consigo leche para dársela a los corintios? (Rom 9,36)[13]. La combinación de la metáfora médica con la alimentaria permite describir la proporcionalidad pedagógica de la revelación de los misterios. Orígenes insiste en que los misterios divinos (= alimentos) se deben ofrecer con una cierta pedagogía, es decir, de acuerdo con la capacidad del oyente (Orat XXVII,9). El principiante debe ser instruido (= alimentado) sólo con las enseñanzas básicas (= leche); el que ha progresado puede recibir las doctrinas más profundas (= alimento sólido); mientras que el enfermo, que no es capaz de los misterios divinos más secretos, debe ser alimentado sólo con verduras (H. Lv V,7). El motivo de ocultar las doctrinas más profundas a los débiles, está sugerido por la misma metáfora, pues el alimento demasiado fuerte daña al enfermo:
«Es como si dijera –a modo de comparación– que también el pan, que es muy nutritivo para el cuerpo, aumenta la fiebre que estaba ya presente y, por el contrario, conduce al que está en buenas condiciones a un mejor estado de salud. Por esto, muchas veces, una palabra de verdad dada a un alma enferma, que no requiere un alimento de ese tipo, la estropea y para ella es motivo de empeorar. Así también, incluso decir la verdad es peligroso» (C. IoXXXII,310-311).
Entonces, no es cuestión de esoterismo sino de pedagogía: el mismo alimento que es bueno para el sano, es nocivo para el enfermo (H. Iud V,6). La Eucaristía es un alimento sólido y por eso está reservada a los sanos. Los cristianos de Corinto no han observado la advertencia del Apóstol, y por eso entre ellos hay tantos enfermos y muertos:
«¿No te acuerdas de aquello que está escrito: Por eso entre ustedes hay débiles y enfermos, y muchos muertos? ¿Por qué hay muchos enfermos? Porque no se juzgan ni se examinan a sí mismos, ni comprenden qué significa estar en comunión con la Iglesia o qué significa acceder a tantos y tan extraordinarios misterios. Les sucede lo que les suele pasar a los que tienen fiebre cuando toman anticipadamente el alimento de los sanos y se procuran la ruina para ellos mismos» (H. Sal 37 II,6).
Sólo pueden recibir el alimento sólido aquellos que están sanos, por eso Judas no pudo participar del alimento de la última cena (C. Io XXXII,23). Con estas metáforas, Orígenes ve confirmada su doctrina de los distintos grupos de cristianos (incipientes–proficientes–perfecti) y, a la vez, logra destacar la inestabilidad de los diferentes grupos (contra la doctrina gnóstica). El cristiano que ahora está enfermo, que sólo es capaz de comer verduras, si es sanado por Jesús, se vuelve capaz de recibir el alimento sólido (C. Mt X,25). Por eso recalca que Jesús primero sana y luego alimenta:
«Considera, en primer lugar, que cuando estaba por entregar los panes de la bendición a los discípulos, para que ellos los sirvieran a la multitud, sanó a los enfermos, para que, una vez sanados, participen de los panes de la bendición. Pues, los que aún están enfermos no son capaces de recibir los panes de la bendición de Jesús» (C. Mt X,25).
Los panes de la bendición indican la Eucaristía. Los creyentes que aún no están sanos son incapaces de comer de aquellos panes. Por eso, Jesús, movido por la compasión, primero sanó a los enfermos y después les dio de comer. La curación, en este caso, es símbolo del progreso en la capacidad de recibir una revelación más profunda, es decir, volverse capaz de recibir misterios más profundos. Este proceso gradual de la purificación del ser humano también está expresado espiritualmente, según Orígenes, por medio de la metáfora de las cicatrices:
«Una vez que las heridas corporales son curadas, permanece por un tiempo una marca de la herida, que se llama cicatriz. Difícilmente sucede que sane de tal modo que no permanezca ningún indicio de la herida recibida. Ahora pasa de esta sombra de la Ley a su verdad, y considera de qué modo el alma que ha recibido la herida del pecado, incluso si sana, tiene, de todos modos, una cicatriz que permanece en el lugar de la herida» (H. Lv VIII,5).
Dios promete sanar la herida y también la cicatriz (Jr 40,6-7), pero para que se alcance la plena salud se requiere un largo tiempo (H. Ier V,11), pues, incluso después de la sanación, permanece una cierta debilidad. Esto muestra hasta qué punto Orígenes toma en serio la historicidad humana y su necesidad de recorrer largos procesos. Los ritos de purificación narrados en el Levítico son comprendidos como pasos en el camino del progreso (H. Lv).
Otra expresión de la dinámica del progreso espiritual del ser humano, que se vale de la metáfora de la salud y la enfermedad, es el camino de ascenso por las diferentes denominaciones del Salvador (ἐπίνοιαι). Esta característica doctrina origeniana afirma que el Hijo de Dios tiene múltiples nombres: algunos de ellos le pertenecen desde siempre, como Sabiduría, Verdad, Logos, etc., y otros los ha asumido en función de la economía, como Resurrección, Redención, Pastor, etc.:
«Dios [Padre], en efecto, es totalmente uno y simple. Nuestro Salvador, por el contrario, a causa de la multiplicidad…se vuelve muchas cosas, y tal vez todas ellas, de acuerdo a lo que requiere de él cada criatura que puede ser liberada» (C. Io I,119).
Los apelativos del segundo grupo son funcionales y relativos, es decir, son asumidos para cumplir una misión y están en relación a una determinada necesidad de la creatura racional. Y por ser relativos, corresponden a una determinada situación de la criatura racional. Es decir, el Hijo, que eternamene es Sabiduría, en función de la economía se vuelve Resurrección para los que han perdido la vida, se vuelve Pastor para los que están en condición de ovejas, se vuelve Señor para los que tiene espíritu de siervos. De este modo, la jerarquía de denominaciones salvíficas del Hijo corresponde a los diferentes grados de progreso de la criatura racional. Tal como observó F. Bertrand, el progreso espiritual está en estrecha relación con el descubrimiento progresivo de Cristo[14]:
«Jesús, siendo uno, era múltiple en sus aspectos, y no era visto de la misma manera por todos los que lo miraban» (CC II,64).
El Hijo de Dios, siendo uno, se manifiesta de diferentes modos, en cada momento y para cada creatura racional, porque cada una de ellas, en cada momento, lo necesita de una manera diversa (CC II,67). Naturalmente, el apelativo de Médico pertenece al segundo grupo de denominaciones, y la función de médico se requiere al inicio del camino del progreso:
«Si alguno ya es discípulo de Jesús, éste goza de buena salud; estando sano tiene necesidad de Jesús no como médico, sino de acuerdo con sus otras potencias» (C. Mt X,4).
El que está enfermo necesita al Hijo como médico, en cambio el que ya es discípulo necesita al Hijo como maestro (queda claro el carácter relativo de los nombres de Cristo). Un texto de las homilías sobre Jeremías, conservadas sólo en latín, desarrolla el mismo tema:
«Uno es el substrato en Jesús, mi Señor y Salvador. Permaneciendo uno en cuanto al substrato, según un punto de vista es Médico, como está escrito: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos; de acuerdo con otro punto de vista es Pastor, en cuanto guía a los irracionales; según otro es Rey, ya que gobierna a los racionales; según otro es Vid verdadera, ya que los hombres injertados en él dan fruto abundante y cultivados por el Padre, el Viñador, reciben la fecundidad por la comunión en la única raíz. Según otra perspectiva es Sabiduría; de acuerdo con otra es Verdad; y según otra, Justicia. Sin embargo, el substrato es uno» (H. IerL I,4).
El texto expresa de modo claro una gradatio entre las denominaciones del Unigénito de Dios: el mismo Cristo, para el enfermo, se presenta como Médico; para el irracional, se presenta como Pastor; para el racional, se presenta como Rey y para el que da frutos, se presenta como Vid verdadera. En cambio, las últimas denominaciones, Sabiduría, Verdad y Justicia, por ser propias del Hijo eterno, no están en relación a un estado de las criaturas. Esta doctrina tiene una fuerte componente antignóstica, porque destaca el hecho de que las diferentes categorías son, en realidad, etapas dinámicas de progreso y no naturalezas estables. En este itinerario de progreso, el mismo que necesitó a Cristo como médico debe dejar de necesitarlo de ese modo para pasar a requerirlo en otra de sus denominaciones:
«Felices los que teniendo necesidad del Hijo de Dios, han llegado a ser tales, que ya no lo necesitan en cuanto Médico, que cura a los enfermos, ni en cuanto Pastor, ni Redención, sino en cuanto Sabiduría, Palabra y Justicia, o algún otro [apelativo] adecuado a los que son capaces de acoger lo más bello de él, gracias a su mayor perfección» (C. Io I,124).
Así, en el comentario a la última cena, Orígenes afirma que los apóstoles, que tienden a la Sabiduría, ya no se relacionan como siervos frente al Señor, ni como discípulos ante el Maestro, sino como amigos ante el Amigo: «Ya no os llamo siervos, sino amigos…»(Jn 15,15). Este aspecto de la cristología origeniana señala la estrecha vinculación entre la manera pedagógica con que el Hijo se revela y la situación existencial de cada ser humano, en su propio, personal e histórico itinerario de progreso espiritual.
Finalmente, la metáfora médica también está presente en la reflexión origeniana de los fines últimos. El contexto de los tratamientos médicos que se aplican a los racionales no es el arco de una vida humana, sino el horizonte de la eternidad:
«Hemos dicho, al examinar el problema del Faraón, que a veces una sanación demasiado rápida no beneficia a quienes son sanados: si se liberan fácilmente de los males en que por ellos mismos habían caído, despreciando el mal como fácil de sanar, y descuidándose de no volver a caer, caerán en lo mismo por segunda vez. Por ello, en estos casos, Dios eterno que conoce lo secreto, que ve todo antes de que suceda, en su bondad, pospone para ellos una asistencia demasiado rápida y, por así decir, los asiste al no asistirlos, porque esto los beneficia» (Prin III,1,17).
La aparente inactividad divina era un argumento contra la providencia: Dios abandona sin castigo y eso anima a los pecadores a continuar en sus vicios. Este problema de teodicea había sido tratado por Plutarco, en De sera numinis vindicta. En este contexto intelectual, Orígenes insiste en que lo que desde la perspectiva humana puede parecer un abandono, en realidad, no es sino un tratamiento divino que busca una sanación más estable. La expresión es paradójica: Dios los asiste al no asistirlos, pero, porque esto beneficia a los racionales. Otro aspecto de la acción de la acción divina que Orígenes busca aclarar por medio de la metáfora médica es la severidad de los castigos, que parece desmentir su bondad:
«Un médico podría decirle a uno: yo te causaré inflamaciones en los lugares en reposo y forzaré algunos miembros para provocar una hinchazón, de modo que se produzca un absceso duro. Cuando el médico ha dicho esto, uno muy instruido que lo escucha, no lo reprobará, sino que incluso elogiará al que, como desafiando, ha realizado esto. Otro, por el contrario, lo reprochará diciendo que el que debería sanar, actúa contra la indicación de los médicos, porque provoca inflamaciones y abscesos» (Phil XXVII,5).
Todo lo que Dios realiza tiene un propósito salvífico (C. Rm VI,6). Este principio, que proviene de la regla de fe, se vuelve principio hermenéutico de los relatos bíblicos. Es decir, Orígenes lee la Escritura con la convicción de que el texto bíblico no ha sido comprendido mientras no se descubra en él la bondad de Dios: Todo lo que viene de Dios y parece amargo, sirve para corrección y remedio (H. Ez I,2). Finalmente, un último aspecto que se puede destacar de la metáfora médica, que esta vez funciona como antítesis, es la diferencia entre las enfermedades corporales y las espirituales:
«Si pecaste ¿qué harás?… Si son muchas e incurables tus transgresiones, para esto vino Jesucristo desde los cielos, para lo incurable; para lo que no podemos curar; para sanar lo insanable» (C. Iob XXXV,6).
Platón afirma que los que han cometido los más graves delitos, ya son incurables y ya no reciben ningún beneficio, sino que sufren suplicios y sólo sirven para escarmiento de los demás (Gorgias 525c). Orígenes, en reacción a esta enseñanza, insiste en el contraste entre las enfermedades corporales y las espirituales:
«Decimos que no es verosímil que tal como entre las enfermedades algunas son más fuertes que toda arte médica, también entre las almas haya algo de maldad que no pueda ser sanado por el Logos soberano que es Dios. Puesto que más poderosos que todos los males que hay en el alma son el Logos y su virtud curativa, él la aplica a cada uno de acuerdo con la voluntad de Dios. Y el fin del tratamiento es la destrucción del mal» (CC VIII,72).
Naturalmente, Orígenes alude aquí a la restauración final universal, es decir, a la apocatástasis, que es su manera de resolver la tensión entre la bondad de Dios y su justicia. Su solución se mueve en la perspectiva de los siglos innumerables, de los que el Logos dispone para atraer a todos los racionales a la contemplación de Dios, sin forzar en nada su libertad. Un texto del De principiis expresa esta idea de modo claro:
«Pues bien, por ello se dice que también el último enemigo, que es llamado muerte, será destruido (1Co 15,26), a fin que no haya nada triste allí donde no existe la muerte, ni nada contrario, allí donde no existe enemigo. Pero que el último enemigo sea destruido debe comprenderse de esta manera: no se trata de que perezca su sustancia, creada por Dios, sino que desaparezca el propósito y la voluntad enemiga, que no provino de Dios, sino de él mismo. Por lo tanto, es destruido no de modo que no exista, sino de modo que deje de ser enemigo y deje de ser muerte. Pues, nada es imposible para el Omnipotente, y nada es insanable para su Creador. Dado que por este motivo creó todo: para que existiera. Y aquello que fue creado para que existiera no puede no existir. Por ello, sin duda [las criaturas] acogerán cambio y modificación, de manera que, de acuerdo a los méritos, se encontrarán en un estado mejor o peor; pero, lo que ha sido creado por Dios para que exista y permanezca no puede acoger una muerte sustancial» (Prin III,6,5).
Nada es insanable para su Creador. Frente a la amenaza gnóstica y marcionita, que negaba la bondad del Creador, y movido por ciertos fundamentos antropológicos extraños a la traducción bíblica, Orígenes responde con la apocatástasis. Más allá de la insuficiencia de esta enseñanza, no cabe duda de que la imagen de Dios que ofrece este texto es un enorme aporte a la teología y a la espiritualidad: un Dios bueno que, por medio de su Logos, busca activamente, sin jamás forzar la libertad, el bien de sus criaturas.
El recorrido realizado en estas páginas permite hacerse una idea de la riqueza y versatilidad que tiene la actividad médica tomada como metáfora de la acción divina. Toda la trayectoria de la historia de la salvación puede ser expresada por medio de las imágenes de la enfermedad, la salud, el enfermo y el médico, y así se manifiesta que, en la teología de Orígenes, las realidades visibles son símbolo de las invisibles.
[1]Cf. G.O. Berg, Metaphor and Comparison in the Dialogues of Plato, Berlin 1904, p. 42; P. Louis, Les Métaphores de Platon, Paris 1945, p. 198.
[2]Cf. Gorg., 478; Leges, 862; Prot., 324; I. Dilman, Morality and the Inner Life. A Study in Plato’s Gorgias, London 1979, pp. 70-82; M. M. Mackenzie, Plato on Punishment, London 1981, pp. 179-206; R.F. Stalley, An Introduction to Plato’s Laws, Oxford 1983, pp. 137-150; R.F. Stalley, Punishment in Plato’s Protagoras, Phronesis 40 (1995) pp. 1-17.
[3]Cf. Gorg., 463a-465e; 477a-479c; Crat., 440c; Leg., 646b-d; 728c; 731c-d; 862c-d; Phed., 95d; 270b-c; Resp., 444c-d; 556e; 564b-c.
[4]Cf. Gorg., 478b.
[5]A.-J.Festugière, L’idéal religieux des Grecs et l’Évangile, Paris 1932, p. 74.
[6]Cf. Ex 15,26; Lv 26; Nm 12; 2Re 5; Sal 37,4; 40,5. Naturalmente existen otras perspectivas al interior de la Escritura, como la de Job, pero la perspectiva central de la Biblia hebrea afirma que las enfermedades son causadas por el pecado. J.Z. Baruch, The Relation between Sin and Disease in the Old Testament, Janus 51 (1964) p. 295.
[7]Cf. Is 1,4-6; Jr Jr 3,22; 8,22; 15,18; 17,14; 51,8-9; Os 5,13; 6,1; 7,1; 11,3; 1Sam 6,3; 2Re 2,21-22; Ez 47,8-11.
[8]Cf. Mt 4,23; 8,16; 9,35; 14,15; 15,30; 21,14; Lc 6,18; 7,20; Mc 1,32-34; 3,10; 6,56; Hech 10,38.
[9]Cf. Is 29,18-19; 35,5-6; 61,1-2; Mt 4,18-21; 11,2-10.
[10]«Am häufigsten und eingehendsten hat Origenes Jesus als den Arzt geschildert»: A. v. Harnack, Die Mission und Ausbreitung des Christentums in den ersten drei Jahrhunderten, Leipzig 1924, vol. I, p. 137, n. 6.
[11]Un desarrollo amplio de estos motivos se encuentra en S. Fernández, Cristo Médico, según Orígenes. La actividad médica como metáfora de la acción divina, Roma 1999.
[12]Para las obras de Orígenes, utilizamos las siglas de A. Monaci Castagno(ed.), Origene. Dizionario, la cultura, il pensiero, le opere, Roma 2000.
[13]Cf. M. Simonetti,Lettera e/o allegoria. Un contributo alla storia dell’esegesi patristica (SEA, 23), Roma 1985, p. 266 et passim.Para el uso de este procedimiento en ambiente tanto pagano como cristiano, cf. J. Pépin, A propos de l’histoire de l’exégèse allégorique: l’absurdité, signe de l’allégorie. Studia Patristica I, Berlin 1957, pp. 395-413.
[14]Cf. F. Bertrand, Mystique de Jésus chez Origène, Paris 1951, pp. 15, 21 y 46.