Una reflexión sobre Albert Peyriguère

Gisbert Greshake

 

En las últimas décadas se ha permanecido en silencio sobre Albert Peyriguére, por los menos en tierras de habla alemana. Mientras que en los años sesenta del s.XX, junto al vivo interés en Charles de Foucauld, también Albert Peyriguére fue “descubierto”, y tres de sus escritos fueron traducidos al alemán[1], pocos hoy conocen su nombre, y ha quedado silenciado su impulso espiritual. En lo que sigue, antes de desarrollar una mirada sobre el importante tema de la kenosis de Peyriguére, frente al actual olvido sobre su figura, presentamos algunas noticias biográficas sobre su persona[2].

¿Quién es Peyriguére?

Nacido el 28 de noviembre de 1983 en Trébons (H.Pyrenées), hijo de una familia sencilla obrera muy pobre, la que se mudó por razones económicas a Talence, en las afueras de Bordeaux, luego de su escuela primaria y secundaria entró en el seminario de Bordeaux, donde fue ordenado sacerdote el 8 de diciembre de 1906. Capellán de colegio luego de su ordenación, continuó sus estudios con una licencia en letras en el Institut Catholique de Paris en julio de 1909. A continuación comenzó allí mismo una disertación sobre san Bernardo de Clairvaux y la mística de su tiempo, pero fue llamado por su obispo antes de su conclusión para asumir una cátedra y dirigir el pequeño seminario menor de Bordeaux. Durante la primera guerra fue enfermero, sufrió varias heridas y cayó preso de los alemanes. Por su coraje y heroísmo en el transporte de heridos fue condecorado varias veces. Después de la guerra, por razones de salud, se trasladó a Túnez, donde esperaba curarse con el aire de Africa del Norte; pero deseaba también, como sacerdote, no sólo acompañar a europeos ya cristianos, sino llevar a Cristo a musulmanes y no creyentes. En Túnez leyó la biografía de René Bazin sobre Charles de Foucauld. Fue para él, como para muchos, muchos otros, un momento decisivo de orientación de su vida, tras la imagen del Hermano Carlos, cuyo impulso espiritual deseó tomar y desarrollar conscientemente.

Luego de algunas vueltas decide permanecer el El Kbab (cerca de Khenifra) en un pueblo de mil habitantes a 1.200 m. de altura, en medio de bereberes seminómades en el Atlas Medio, y compartir la vida extremadamente pobre de esta población, siguiendo el modelo del hermano Carlos. Se queda aquí durante treinta años, en un don extremo y radical a los pobres, hambrientos y oprimidos, dedicado sobre todo a los enfermos. Para éstos fundó un centro de salud, en el que trabajaba durante horas, donde se formaba una cola interminable de necesitados de una comarca de 50 km. a la redonda (en los días de mercado atendía hasta 200 personas). En conjunto dedicaba la mitad de su tiempo a los pobres, y ante todo a los enfermos. En ello “toca físicamente el cuerpo de Cristo”, como recuerda con razón[3]. Hasta en la vestimenta y el alimento, el modo de dormir y de vivir, participa literalmente de la vida de los bereberes. Raramente deja su ermita para dar ejercicios o retiros en Marruecos o en Francia. Se compromete políticamente contra las inimaginables injusticias del poder colonial y lucha contra las faltas contra los derechos humanos y la justicia. A causa de sus actividades políticas sufre posposiciones y dificultades, de modo que escribe: “yo también soy un mártir de la independencia” (de Marruecos)[4].

En todo ello se considera continuador de lo que inició y vivió Charles de Foucauld. Se considera a sí mismo como “el hombre del mensaje del P.Foucauld”[5], y reconoce de sí mismo:”El P.Foucauld me ha enseñado todo el cristianismo”[6], y así desea transformar en doctrina teológica lo que en Foucauld era primero intuición, expresión vital antes que sistema. Como desde el interior y habituado a la espiritualidad de Foucauld, aconseja a algunos jóvenes del seminario de St. Sulpice, en Paris, que bajo la dirección de René Voillaume intentaban la fundación de una comunidad en el espíritu de Foucauld (Pétits freres de Jésus). Pero no se une a ellos, sino que vive a su modo lo que el Hermano Carlos ha vivido con anterioridad.

 

Los dones previos de Foucauld.

Como Foucauld, descubre vivir el ideal de Nazaret (cotidianidad, ordinariedad, solidaridad incondicionada con el hermano), el núcleo radical de una teología de la encarnación, que busca atestiguar la presencia incondicionada de Dios entre nosotros los hombres y hacerla creíble en la propia vida. Como él, ve en este testimonio de vida de Nazaret la chance de una misión eficaz. Como él, desea ser un “Marabut cristiano”, mejor aún un “monje misionero”. Como él, investiga la lengua y fonética bereber y recoge las canciones y tradiciones de su alrededor (¡mucho de ello no ha sido publicado!).

Todos estos elementos y dimensiones en los que Peyriguére se asemeja al Hermano Charles, tiene su centro en la idea de Foucauld, de la “pre misión” (que significa el “trabajo preparatorio a la evangelización”). Para el hermano Carlos consiste en “despertar la fe , anudar la amistad, alcanzar la confianza, ser paterno con el otro”[7], o de otro modo: se trata de que el anuncio propiamente cristiano asuma “presencia”, la inserción sin prejuicios del misionero en la forma de vida, el mundo socio cultural que tienen aquellos a los que se dirige. Con esta idea fundamental, que Peyriguére toma de Foucauld, busca solucionar un problema que se le presentaba al hermano Carlos: la relación entre la existencia monástica y misionera, de la vita contemplativa y la vita activa. Para Peyriguére ambas no se encuentran en oposición, cuando se piensa en la situación pre-misionera, en la que se encuentra el mundo islámico. En su cerrazón socio cultural se encuentra una misión expresa hacia las resistencias y rechazos que se muestran sin sentido y como contraproducentes, y requieren necesariamente una pre misión: se trata de preparar la tierra para sembrar, se trata de esperar en la esperanza que otro recibirá la cosecha. Esto significa concretamente: “el pre-misionero debe predicar silenciosamente el evangelio, plantar la presencia eucarística en medio de los pueblos no cristianos, para que su efecto irradie; poner la oración de Cristo y su sacrificio de la cruz; hacer presente en ellos la oración de la iglesia; mostrar la esencia verdadera de este Cristo, para que los pueblos los encuentren en plenitud y comiencen a desear; ser víctima que adquiere con su sangre su salvación; despertar el amor en ellos y su confianza, todo ello significa imitar la vida escondida del Señor”[8].

Esa presencia del misionero en el mundo actual en el que es enviado tiene para Peyriguére un carácter más y más kenótico, en tanto que el misionero ha de ser expropiado plenamente y sin condiciones. Esto surge especialmente del texto siguiente: “Cuando el pre-misionero ha llegado a un determinado pueblo y cultura, se siente entregado en forma total y para siempre a ese pueblo y a esa cultura, asume todo lo que constituye esa raza, pueblo, cultura, lo hace totalmente propio… todo lo recibe en sí el bautismo de Cristo. Todo lo asume con respeto y amor en sí, lleva plenamente la arrogancia consigo. Los miembros de ese pueblo y esa cultura encuentran con asombro y sentimiento: ¿es un extranjero?, en tanto se ha hecho totalmente uno de ellos. Con asombro encuentran todo cambiado, no callado, no aguado en él mismo, pero así ennoblecido en algo pleno de misterio, que lo lleva a su plenitud”[9]. Y ocurre de esa manera: introducirse totalmente en lo extraño, de modo que esto deviene totalmente “propio”, totalmente expropiado de uno mismo, de modo que lo “externo” deviene propiamente” lo más íntimo.

Un obrar pre-misionero tal es justamente coherente con el contemplativo, y el monje, sin dejar de ser misionero por ello. Ya que la pre misión pertenece según Peyriguére a la misión, y el pre-misionero es realmente misionero. “No somos monjes que alcanzamos los métodos de los misioneros; somos misioneros que usamos los medios y métodos de los monjes” escribe en una carta del 29 de noviembre de 1929.

Aunque Peyriguére se encuentre en una dependencia directa de Foucauld, su originalidad consiste en una continuación extremadamente singular de la idea de pre-misión en dirección a una teología de la encarnación y la kenosis.

 

La presencia de Cristo en la kenosis del misionero.

Con toda la relación que Peyriguére tenía con Charles de Foucauld, no sólo fue influido por él, sino de modo especial por otras dos figuras: por Matías José Scheeben, cuyos “Misterios del Cristianismo” releía cada año de nuevo, como por Isabel de la Sma. Trinidad. De ambos toma el acento decidido de la presencia de Cristo en el hombre creyente. Así escribe en una carta del 4 de octubre de 1931 a una religiosa: “Cristo no se encuentra fuera de usted. Se encuentra en usted: es más de lo que usted misma es. El vive en usted, sufre en usted, de modo que no deja un instante de pertenecerle”[10]. Y en una carta del 16 de mayo de 1934 sostiene: ”No puede llegar ya a diferenciar a Cristo de usted. No siente ya vivir en sí, desea sólo sentir a Cristo que vive en usted”[11].

La humanidad de Cristo sigue adelante en cierta forma a través de los creyentes[12]. “Ya no somos, Cristo vive en nosotros y a través nuestro. Es tan hermoso darle a Cristo una «humanidad más» en la que puede vivir nuevamente su encarnación y su redención”[13]. La vida del cristiano testimonia así el Evangelio y la realidad de Cristo no sólo «sin ninguna palabra», como ya dijo el hermano Carlos, sino que va más allá: en cierta forma lo prolonga. “Ya no vivir nosotros significa dejarte vivir tu encarnación (…) dejarte vivir en nosotros tu vida entera”[14]. Dicho de otro modo: la “humanidad” de Cristo, su “encarnación” no está cerrada; ella continúa en y a través de los hombres en los que Cristo vive. Esta convicción sobre la “vida de Cristo en nosotros” lleva las ideas foucauldianas sobre la irrenunciable necesidad de una prémission a consecuencias insospechadas. Pues cuando Cristo vive en un misionero, dado que el misionero se encarna y se vacía en su ambiente, entonces también Cristo se encarna y se vacía, en y a través del misionero, en aquellos que todavía no son creyentes. Por eso el pre-misionero no sólo es en su “etnia el primer cristiano”, sino aún más, “el primer Cristo encarnado en una determinada cultura”. “El pre-misionero se entrega a Cristo y así Él [¡Cristo!] llega a ser en él y a través suyo miembro de un pueblo, de una raza, de una comunidad cultural, para rezar en este pre-misionero, y a través suyo por la salvación de sus hermanos, para ser en él y a través suyo sacerdote y víctima para la salvación de sus hermanos”[15].

La kenosis de Cristo sigue en el hecho de que el misionero se vacía en un determinado grupo humano, más aún, en él ella se vuelve presente y universal. “Si yo no estuviera aquí, tú no podrías estar ahí”, le dice a Cristo una religiosa con la que Peyriguère compartió toda una vida. “Sin ella [la religiosa] un pedazo de mundo estaría vacío de Cristo, pero como ella persevera está lleno de Cristo”[16]. Peyriguère expresa esta convicción fundamental en dos oraciones que pueden variar infinitamente: (1) “Rezo a Jesús en la eucaristía, quiero llegar a ser él para que Jesús sea en mí bereber” (Carta 20.7.1929). (2) El misionero “se hará Cristo y como él ya se haya vuelto bereber, Cristo se hará bereber en él”. La voz de este Cristo que ha vuelto bereber sube del tabernáculo al Padre y en él pide a cada momento por la salvación de sus hermanos” (Carta 29.11.1928).

Ligada a esta idea de la “encarnación”, de la kenosis de Cristo por la kenosis del misionero en una sociedad todavía no cristiana, Peyriguère asume otra convicción mediante la cual, anclando en Justino y en la teología alejandrina, va más allá de las ideas correspondientes a Foucauld. Esta convicción que era entonces nueva y por ende “escandalosa” sólo adquirió aprobación eclesial con el Vaticano II. Se trata de la cristi-forma de los no cristianos: todos los hombres ya pertenecen a Cristo, pues él los ha asumido a todos en su encarnación. Es cierto que sólo una pequeña porción de la humanidad es cristiana (chrétienne), pero la humanidad entera es “crística” (christique), esto es, pertenece a Cristo, es cristiforme. Así escribe él: “El pre-misionero se enfrenta a lo que debe llamar una magnitud cristiforme en los no cristianos. Lo cristiforme en ellos: el parentesco físico con Cristo, que en la encarnación asumió en sí a todos los hombres haciéndolos sus hermanos. Cristiforme es también el «pre-cristianismo», en tanto en estos no cristianos de las más diversas razas y culturas se revelan los auténticos valores religiosos y humanos, de sus religiones conocidas o de sus costumbres a menudo tan ricas en resonancias espirituales (…) Quien va a los no cristianos sin ser consciente de esta magnitud cristiforme, no sabe nada del misterio de la redención, le falta algo decisivo”[17]. Dado que el (pre)misionero ingresa ahora en una cultura ya cristi-forme, por una parte, será él mismo más cristiforme, pero por otra, Cristo se vaciará más y más, en él y por él, en la cultura a la que sale al encuentro y que asume como suya propia. La prémission llega a su fin el día y el lugar en que se asume la presencia de Cristo en una fe explícita. Allí acontece la misión, sí, allí se cumple el sentido de toda misión: Cristo asume como propio el mundo.

Sacar conclusiones (¡en sí necesarias!) de esta fundamentación de una teología misionera kenótica sería ir demasiado lejos. Sean propuestas sólo unas pocas preguntas: ¿Será que lo que llamamos misión sufre descrédito porque en el pasado fue, no exclusivamente pero sí en gran medida, una cuestión de poder, de supremacía política, cultural y religiosa del misionero, es decir, de la nación y la cultura de los misioneros en relación a la de los pueblos misionados; que no aconteció como signo de la kenosis, del radical auto-vaciamiento de los testigos de la fe hacia el mundo de los destinatarios? ¿Y no se prolonga hasta hoy ese poder y esa supremacía a través de múltiples opresiones, desarrolladas luego de una misión así transmitida? ¿Sorprende que los objetivos misioneros alcanzados de esa forma hoy se desmoronen? ¿No debe relanzarse hoy la misión, de manera muy decidida, bajo la consigna de la kenosis esbozada?

Ya el mismo Peyriguère refería la “situación pre misionera”, que personalmente para él se concretaba en la cultura bereber, y desde 1945 también sobre la “tierra de misión”, Francia. Pero eso significa también que su palabra (y sus variaciones): “en nosotros, los que llevamos en nosotros a Cristo y lo mejor del bereberismo, se han encontrado Cristo y el bereber” (Carta 19.1.1931) también ha sido confiada al mundo crecientemente secularizado y “vacío de Dios” de nuestro tiempo. En tanto el fiel cristiano se entrega a los no creyentes, llevando en sí sus angustias y alegrías, grandezas y miserias; en tanto tolera la lejanía de Dios y la crisis de fe del mundo de hoy, que él mismo experimenta; en tanto vive en plena solidaridad con todos sus contemporáneos, él les lleva a Cristo, hace presente a Cristo entre ellos, “completa lo que todavía falta” a la kenosis de Cristo, “para su cuerpo, que es la Iglesia” (cf. 1 Col 1,24)[18]. Con ello está dada en verdad la base para una teología de la representación inclusiva, que podría ser de extrema importancia para la Iglesia del futuro, que será una minoría pero con una misión universal. Aquí el impulso de Albert Peyriguère todavía espera su cumplimiento en el hoy.

 

Hasta la corporeidad...

En su afán de ser el primer cristiano de su familia bereber, Peyriguère fue literalmente un bereber hasta en su modo de habitar y de vivir, sus sentimientos y sus rasgos faciales. Guías turísticos que no lo conocían llamaban la atención de sus grupos, en caso de que lo encontraran casualmente, mostrándolo como “un típico bereber”. Este ser bereber alcanzaba también su constitución física. El médico que lo trató largamente y que también lo asistió en sus últimos días de vida, Dr. Delanoë, dio testimonio de que sus órganos internos “evidenciaban aquel humoral característico en quienes se han sometido al modo de vida y a los factores ambientales del pueblo marroquí”[19]. Incluso en su “vida anímica” fue realmente, según el testimonio de muchos, una encarnación de la mentalidad y la emocionalidad bereber. Él encontró la fuerza para esta “presencia” incondicional entre los hombres en las adoraciones nocturnas, en las que Cristo rezaba en él al Padre, como lo experimentaba; y en la actividad espiritual nocturna (abundante correspondencia con la que guiaba espiritualmente a muchos, trabajos sobre mística y teología mística y similares).

Luego de su muerte, el 26 de abril de 1959 en un hospital de Casablanca, se cumplió su deseo de ser enterrado en El Kbab en medio de una numerosa participación popular. Finalizada la bendición eclesial un joven bereber se acercó a la tumba y dijo:

 

“El marabuto no tenía familia ni hijos,

Todos los pobres eran su familia,

Todos los hombres sus amigos.

A los hambrientos dio de comer,

A los desnudos regaló sus ropas.

Él cuidó a los enfermos,

Él defendió a los sometidos injustamente.

Él llevó consigo a los que no tenían casa.

Todos los hombres eran su familia,

Todos los hombres eran sus amigos.

Dios le muestre misericordia”[20].

 

 

 

 

[1] Im Geiste Charles de Foucauld, Mainz, 1963; Von Gott ergriffen, Luzer-Stuttgart, 1963; Herr, weise mir den Weg, Luzarn-Stuttgart 1966.

[2] Se puede ver más en la primera biografía que Michel Lafon escribió, amigo y discípulo de Peyriguere: Le Pere Peryguére, Paris, 1963. También G.Greshake, Peyriguére, Albert, en BBKL 35, 1099,1112. También A.Peryguére, en G.Greshake/J.Weismayer (ed.), Quellen geistlichen Lebens, vol.IV, Mainz, 2008, 55-63. También importante, R.Voillaume, Ch.de Foucauld et ses premiers disciples. Du desert arabe au monde des cités, Paris, 1998.

[3] Cit. en Lafon, Peyriguere, 106.

[4] Cit. en Lafon, Peyriguere, 69.

[5] Charla a las Petites Soeurs du Sacré Coeur en Montpellier, 1956

[6] Peyriguere, De Dieu, 143

[7] Ch. de Foucauld, Carta a H. de Castries del 17.6.1904.

[8] Así sintetiza Peyriguére, Im Geiste, 37 la idea de Foucauld de la pre-misión

[9] Peyriguére, Im Geiste, 84.

[10] Peyriguére, Von Gott, 26

[11] Ibid. 72

[12] Peyriguére, Von Gott, 87.

 

[13] Ibid.169

 

[14] Cf. Ibíd., 87. 169ss

[15]Ibid.169.

 

[16]Citado según Michel Lafon, Einführung zu: Peyriguère, Im Geiste (ver nota 1), 16 Ibíd., 113.

[17] Im Geiste, 74 Ibíd., 66ss (traducción levemente modificada).

[18] Ibd. 113.

[19] Im Geiste, 66 s

[20] Citado en: Ibíd., 173.

 

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