2015 JunioLos pobresTeología

Pobreza, Evangelio y cultura del trabajo

Carlos Hoevel*

 

Bienaventurados los pobres

“¡Cuánto quisiera que a la entrada de un pobre a la iglesia (los fieles) se arrodillaran en veneración!”, clamó el Papa Francisco en un videomensaje que envió a un grupo de indigentes que montaron una obra teatral gracias a la ayuda de la organización Cáritas. La obra titulada “Si no fuera por ti” se presentó ese día en el Teatro Brancaccio, uno de los más importantes de Roma, y los propios huéspedes de los centros se convirtieron en actores para relatar sus experiencias de abandono y marginación.

Estas palabras de Francisco hacen recordar a muchas escenas de la literatura rusa –en Dostoievski, Tolstoi y otros- en la que los pobres se presentan como verdaderos mensajeros de Dios, portadores sagrados de un don divino frente al cual hay que postrarse. Contradiciendo la idea iluminista y progresista que considera a la pobreza como un puro mal del cual no puede salir nada bueno y que es preciso erradicar, el Papa evoca sin duda su propia experiencia pastoral enfocada al acompañamiento de los pobres, inspirada en la teología del pueblo de sus maestros Tello, Gera y Scannone, iluminada quizás también por sus primeras experiencias allá en la juventud como profesor de literatura en una escuela secundaria y por sus lecturas de Guardini especialmente durante su fugaz pero intenso itinerario de preparación doctoral.

En su libro sobre Dostoievski[1], Guardini describe la idea de pueblo pobre del escritor ruso como la base desde donde brota todo su universo literario informado por completo por la dimensión religiosa. De hecho, el pueblo es siempre para Dostoievski en realidad “Pueblo de Dios” ya que, a diferencia de los demás estratos sociales, está abierto a la Providencia divina[2]. Si bien, según Guardini, la concepción de pueblo de Dostoievski está fuertemente influida por el Romanticismo, no deja de contener, en su opinión, muchos elementos genuinamente cristianos.

El pobre está más cerca de Dios porque vive la vida tal como ésta se presenta, sin cuestionarla en su más honda raíz [3]. Si bien los personajes dostoievskianos pertenecientes al pueblo también protestan y se rebelan, nunca dudan de la infinita bondad divina ni de la bondad esencial de la vida. Tal sentimiento surge ciertamente de la cierta inconciencia e incapacidad para la abstracción en la que vive el pueblo. Sin embargo, esto último no obsta para que quienes pertenecen al pueblo tengan un sexto sentido capaz de intuir el valor y el sentido último de las cosas.

Teológicamente diríamos que los pobres participan en cierta medida, por medio de su aceptación entregada, abandonada a su condición, de la forma más alta de autoexpresión de lo divino que se muestra en el autoabajamiento voluntario de la kénosis de Cristo (Flp 2,6-11)[4]. En contraposición, los miembros de las clases medias no formaríamos parte, siguiendo la línea de pensamiento de Dostoievski analizado por Guardini, de este universo humano abierto a Dios en el que vive el pueblo. Por el contrario, nuestra confianza está generalmente puesta en la capacidad humana de acción económica, social o cultural, en que la Providencia divina ha quedado en gran medida afuera, olvidada en el firmamento ya muy lejano y abstracto de lo “religioso”, como una estela casi imperceptible que deja un avión después de haber surcado el cielo hace mucho tiempo. Inmunes al mundo cruel y doloroso, pero teológicamente abierto que habita el pueblo, las clases medias y altas, sufriríamos así el encierro de nuestra relativa prosperidad que nos aleja de la necesidad que tiene el pobre de buscar a Dios como la salida casi obligada a casi todas sus situaciones vitales casi siempre experimentadas en el límite de lo insoportable.

Toma tu camilla y anda

Guardini advierte, sin embargo, que Dostoievski no cae por esto en una visión idealizada del pobre. Sus representantes son presentados de manera completamente realista. La brutalidad, malicia y explosión de violencia desencarnada que caracterizan muchas veces al pobre, no son ocultadas por la pluma de Dostoievski. Esto no contradice la idea de su cercanía a Dios ya que, aún en medio del pecado, el pobre permanece librado a la mano de Dios. Sin embargo, el realismo de Dostoievski –y de Guardini- evita la sacralización del pobre idolatrado por su sola condición como un ser casi divino al cual no sólo hay que venerar sino incluso conservar en su condición. Esta exaltación romántica del pobre deja de lado el carácter dinámico de su condición humana deteniéndola en el momento kenotico el cual representa sólo un aspecto, verdadero y auténtico ciertamente, pero no completo ni exhaustivo de su realidad total.

Jesús se acerca al pobre –en el que reconoce a todo desposeído, marginado, discapacitado- con una enorme atención y respeto nacidos de su dignidad personal y de su participación especial en la condición divina, pero no lo venera al punto de sacralizarlo congelándolo artificialmente en su situación de dolor. Sabe que la participación originaria del pobre en la acción suprema del auto- abajamiento divino que Él lleva a cabo, es sólo parcial. A diferencia de El mismo que sufre la pasividad de su anonadamiento desde la plenitud de su voluntad completamente activa y amorosa, el pobre, como todos nosotros, experimenta este abajamiento originario de su condición de manera ambigua e incompleta. Cristo reconoce lo divino en él pero también lo caído, lo herido, lo que la necesidad de resistencia al dolor y los golpes de la vida, ha dejado obstruido, opacado, cerrado. Jesús sabe que el aspecto kenótico de la pobreza es un don frágil que puede convertirse muy fácilmente en su opuesto: la desesperación, el resentimiento, el deseo de venganza, la violencia. Como cualquier otro ser humano, el pobre también necesita actuar, luchar, crecer y superarse a sí mismo a partir de esa experiencia divina originaria de su indigencia que le ha sido dada como un paradójico don divino. Por eso Cristo no sólo se detiene a admirar la fe del pobre -¡bienaventurados los pobres!- o a compartir amorosamente su condición. También busca sanar sus heridas, restaurar sus fuerzas y activar sus capacidades para que supere el aspecto degradante y destructivo de su pobreza. En una palabra, Cristo no sólo respeta cuidadosamente y comparte fraternalmente la situación del pobre sino que busca también su liberación.

Este aspecto activo, animador, liberador del pobre no está tan de moda en cierta praxis pastoral actual. Tal vez como reacción a los excesos “desarrollistas”, “progresistas” y “liberacionistas” que atenuaban quizás demasiado el valor salvífico de la pobreza y terminaban abrazando como utopía cristiana lo que era en buena medida un ideal de progreso o liberación material en el fondo secularista, llevaron a posiciones en las que parecería que las comunidades pobres, por sus valores de solidaridad y apertura religiosa, deberían ser mantenidas en cierto modo aisladas y puras para no contaminarse del egoísmo del resto de la sociedad dominada por una cultura burguesa individualista y religiosamente indiferente. Se corre así el riesgo de confundir la pobreza voluntaria, es decir aquella que es participación en la kenosis divina, con una cultura de la pobreza que puede tanto ser una vía de la realización de esta kenosis como su obstáculo. Un romanticismo teológico o pastoral de esta clase, obnubilado por los indudables valores humanos y cristianos de la cultura popular existentes en las comunidades pobres, puede terminar confundiendo una pobreza vivida desde la fe con la decadencia material y espiritual de una cultura de la pobreza que se reproduce constantemente a sí misma. Por otra parte, este tipo de enfoque corre también el riesgo de ser funcional, tal vez ingenuamente, a un tipo de conservadurismo, o populismo, clerical o político, que prefiere una “solución” paternalista, asistencialista o comunitarista al problema de la pobreza útil para proporcionarle una clientela dócil a los propios proyectos de poder.

Si miramos a Cristo, por el contrario, su admiración y su compasión por el pobre no lo llevan a fijarlo en su condición sino a activar y liberar sus capacidades dormidas que le permitan integrarse en el seno de la sociedad. No lo deja abandonado en su carencia ni muestra una actitud demagógicamente condescendiente encerrándolo de modo paternalista en una cultura de la pobreza, sino que, de un modo fraternal, lo anima, lo fortalece, e incluso lo amonesta para que supere su situación y logre caminar por sí mismo como uno más entre todos los hombres. Este aspecto de la acción liberadora y animadora de Jesús ante el pobre, superador no sólo de un aislamiento comunitarista, sino también de una actitud puramente reactiva de resentimiento, resistencia o rebeldía frente al opresor, forma parte de la otra gran respuesta cristiana al problema de la pobreza: la de la acción positiva, creativa y humanizadora del trabajo.

 

 

Los orígenes cristianos de la cultura del trabajo

Uno de los que nos mostró hace ya 200 años de modo ejemplar la justa combinación de elementos que requiere la acción cristiana frente a la pobreza degradante de la moderna era industrial y urbana fue Don Bosco. Abandonando una posiblemente brillante carrera eclesial, compartió empática y concretamente la condición desolada de los pobres urbanos conviviendo con ellos en las calles, en las cárceles, en las plazas haciéndose uno con ellos. Los valoró y los amó cómo eran, sin juzgarlos, sin compararlos, sin tratar de convertirlos rápidamente en algo diferente siguiendo el modelo puramente represivo o adaptativo típico de su época. Siguiendo la espiritualidad de Francisco de Sales, creyó ante todo en el poder curativo del amor, de la confianza, tratando a cada joven pobre no como parte de una totalidad, sino uno a uno, de corazón a corazón. Se arriesgó innumerables veces, brindando su confianza a jóvenes delincuentes, quienes, a pesar de que lo traicionaban una y otra vez, fueron comprendiendo que él permanecería siempre junto a ellos, imperturbablemente fiel. Pero no se quedó sólo en esto. A partir de esta base se dedicó a acompañar a cada joven pobre en el camino de descubrir su valor, sus talentos, sus capacidades pero sobre todo su sentido de autoestima y de dignidad personal. Rompiendo los prejuicios conservadores de la época que consideraban contraproducente intervenir en la cultura de la pobreza, abrió espacios educativos nuevos, no hechos a imitación del medio pobre circundante, ni irrumpiendo violentamente con métodos ajenos a sus posibilidades e idiosincrasia, sino aptos para introducir gradualmente a los jóvenes en una nueva realidad. [5] Sin amedrentarse por las críticas tanto de los ricos como de los mismos pobres o de los ideólogos de derecha o de izquierda que lo consideraban un innovador perturbador de ambos mundos considerados poco menos que irreconciliables, se puso como meta central darle medios concretos a los jóvenes pobres para que pudieran valerse por sí mismos en el duro mundo del trabajo del capitalismo industrial naciente en la Italia de su tiempo.

La educación que combinaba una sólida enseñanza humanística con la formación en los oficios,[6] acompañada de la creación de un nuevo tejido de relaciones humanas sostenido por la constante y generosa presencia personal de los maestros salesianos en la convivencia diaria, fue el modo formidable por el que Don Bosco recuperó, en medio de la resignación espiritualista, pauperista o paternalista frente a la nueva pobreza industrial de muchos de sus contemporáneos, la potente tradición cristiana de la cultura del trabajo como camino de realización humana, social y espiritual que no contradice sino que es la otra cara y la verdadera base de la concepción cristiana de la pobreza. A diferencia del mundo antiguo que consideraba al trabajo como una actividad inferior reservada casi exclusivamente a los esclavos y que ocupaba un lugar externo al núcleo político, cultural y religioso de la ciudad, el cristianismo lo incorpora en el corazón mismo de la vida social y espiritual. Fundado en la condición encarnada del hombre y del Hijo de Dios, el trabajo está en el núcleo de la acción humana y de la vida espiritual[7]. Jesús es pobre pero no miserable porque trabaja en un oficio que le permite vivir su pobreza de un modo digno y libre. Lo mismo testimonian los discípulos, especialmente San Pablo, quien a pesar de elegir voluntariamente la pobreza y sufrir innumerables males y carencias que lo hacen sentirse partícipe de la kenosis de Cristo, nunca abandona su oficio.

El carácter necesariamente complementario que forman pobreza y trabajo en la concepción cristiana se ve con claridad en la forma de vida pensada por San Benito para el monacato cristiano. La elección libre de la pobreza por parte de los monjes cristianos es a la vez una elección por el trabajo[8]. Una cosa no puede ir sin la otra. De otro modo, la pobreza se vuelve necesidad y, aunque por un tiempo pueda ser padecida con amor o con resignación cristiana, puede volverse una obsesión, un estado de dependencia malsano de otros, o una forma de orgullo estoico que termina por cerrar el espíritu a Cristo, que es a quien, en definitiva, busca encontrar el monje mediante su pobreza[9]. Pero son los franciscanos, de acuerdo a las investigaciones históricas recientes, quienes ponen las bases del cuadro completo de la moderna concepción cristiana de las relaciones entre la pobreza y el trabajo que está presente en Don Bosco y que nos muestra también el camino a nosotros en la época del capitalismo tardío. En tanto en el monacato benedictino y en todas las formas fundadas posteriormente sobre ese modelo, la complementareidad entre pobreza y trabajo quedaban de algún modo confinadas de modo estático dentro del ámbito cerrado del claustro monástico, a partir del franciscanismo comienzan a expandirse a través de la sociedad entera.

El ideal franciscano de pobreza radical, al romper con la posesión feudal de la tierra sobre la que se sostiene el monacato tradicional, modifica al mismo tiempo la naturaleza del trabajo del monje, su relación con la pobreza material no voluntaria y el mundo del trabajo en la sociedad en general. Los monjes franciscanos son originalmente mendicantes callejeros –como lo fue de algún modo mucho más tarde también Don Bosco- pero no dejan por ello de trabajar en medio de su pobreza elegida: lo que modifican es el tipo de trabajo que pasa de ser la agricultura o la artesanía a convertirse en el trabajo de ayuda a los pobres consistente en mediar entre estos últimos y los poseedores de la riqueza. En tanto los monjes fijos en sus monasterios constituían un centro cerrado de unidad entre pobreza y trabajo que iba irradiando lentamente a su alrededor la enseñanza de los oficios y la asistencia paternalista a los pobres, a raíz de lo cual, combinado con la expansión comercial se irá formando la nueva sociedad burguesa, los nuevos monjes saldrán a actuar en medio de esta naciente sociedad. Tal como señala Giacomo Todeschini[10], los franciscanos descubren, al mismo tiempo que la belleza portentosa de su pobreza radical libremente elegida va unida a la posibilidad de ayudar tanto a los ricos como a los pobres a compartir algo de su pobreza libremente elegida convirtiéndose en puentes entre unos y otros por medio de la creación de una nueva cultura del trabajo en medio del nuevo mundo capitalista naciente. Su increíble originalidad consistirá en reconocer que el nuevo movimiento y circulación de la riqueza propio de la nueva economía comercial burguesa no debe ser condenado moralmente sino por el contrario, alentado, ya que es el medio por el cual se hace posible, por un lado, un nuevo modo de propiedad mucho más libre y por tanto cristiano de los bienes por parte de los ricos, al mismo tiempo que abre el campo de la integración ya no meramente asistencial sino activa por medio del trabajo para los pobres.

La clave de bóveda de esta nueva cultura económica y laboral radica en la mediación de los propios franciscanos, quienes alientan a los ricos a que no acumulen el dinero (pecunia) para sí mismos sino que practiquen un tipo de renuncia laica a su posesión feudal por medio de la actividad empresarial (mercatura) de la inversión que convierte la riqueza en capital lo cual a su vez posibilita su circulación en áreas cada mes más amplias de la sociedad. Al mismo tiempo, enseñan a los nuevos empresarios el modo de organizar el uso de su riqueza por medio de nuevas técnicas contables que permitan una razonable previsibilidad que los obligue a comprometerse con quienes trabajan a largo plazo. Finalmente, autorizan el cobro de intereses a los préstamos de dinero con el fin de inducir a los ricos a dar crédito a aquellos que no tienen propiedades ni capital propio a través del sistema bancario recién creado también por los franciscanos, actuando estos mismos como mediadores confiables entre los ricos y los pobres que por primera vez en la historia pasan a recibir ya no una ayuda puramente paternalista, sino a incorporarse activamente en el circuito de circulación del dinero para poder desarrollar sus propios oficios en la nueva economía. A diferencia de la economía feudal que separaba rígidamente ricos de pobres por innumerables generaciones, y de la economía capitalista posterior que generaría un nuevo abismo entre el capital y el trabajo, la primera economía capitalista, animada en gran medida por los franciscanos, consiguió, aunque de modo fugaz e imperfecto, desarrollar el primer modelo cristiano de superación de la pobreza involuntaria y degradante, por medio de la colaboración entre el capital y el trabajo, mediado por la acción de estos testigos activos de la pobreza voluntaria.

Problemas del neocapitalismo actual

¿Qué nos aporta este legado histórico cristiano de la cultura del trabajo a nosotros, habitantes aparentemente impotentes de una sociedad fragmentada, con una economía fuertemente dual en la que, por un lado, la acumulación del capital en pocas manos no parece detenerse y, por otro lado, se generan nuevas situaciones de pobreza a las que no les encontramos remedio? En efecto, el neocapitalismo actual está basado en una dinámica de innovación constante que requiere de personas con alta capacitación para la llamada economía del conocimiento. Ciertamente una parte de la población se va integrando en este sector superior de la economía gracias a su posibilidad de acceder a sofisticadas formas de formación intelectual y profesional en el sistema universitario cuya expansión es cada vez mayor. Por otro lado, todavía este tipo de capitalismo –en condiciones institucionales y macroeconómicas relativamente normales- sigue creando en algunos países, como por ejemplo China y otros, muchos empleos estandarizados de muy bajos ingresos que no requieren de una gran capacitación.

Sin embargo, aún en economías abiertas y con estabilidad institucional que garantiza a los empresarios grandes posibilidades de inversión y ganancias, se ha demostrado que los empleos no alcanzan y además se destruyen a cada minuto generando constantemente heridos o directamente excluidos al costado del camino y produciendo pobreza no sólo en las capas populares sino también en vastos sectores de las capas medias. Las transformaciones tecnológicas constantes y los movimientos del capital entre países convierten rápidamente en obsoletos a millones de personas cada minuto en todo el mundo. Por otro lado, la creciente automatización de tareas está suprimiendo miles de trabajos simples que, o eliminan puestos de trabajo o los suplantan por puestos nuevos que exigen una capacitación que los antiguos puestos no exigían. Por lo demás, la cultura consumista dominante, de la cual participan no sólo los ricos sino las mismas capas medias y las capas populares, retroalimenta un tipo de economía cortoplacista orientada a la maximización financiera que tiende a crear trabajos mal pagos o precarios o que reproduce la falta de oferta de empleos que especialmente estos últimos padecen.

Por otro lado, en la Argentina y otros países latinoamericanos, por debajo de las formas de capitalismo avanzado de carácter global, existe un sistema de capitalismo básicamente no competitivo a nivel internacional el cual sobrevive asociado al Estado, que no genera suficientes empleos genuinos -debido a que desalienta nuevas inversiones nacionales y extranjeras- el costo de vida es muy alto y los ingresos son bajos –debido a la falta de competitividad de la mayoría de sus empresas que producen a costos altísimos- y sufre crisis recurrentes –debido a los desequilibrios macroeconómicos producidos por los niveles de endeudamiento o de inflación que resultan de los déficits estatales- lo cual produce altos niveles de pobreza y exclusión.

De estas dos situaciones simultáneas surgen tres preguntas, ¿qué hacemos con las personas, en las grandes capas medias o de los sectores marginados que no tienen características hipercompetitivas para llegar a los empleos más sofisticados del capitalismo global hoy disponibles? ¿Cómo logramos que otras personas puedan ir obteniendo los nuevos empleos que el mercado va pidiendo pero que requieren capacitaciones nuevas? Pero hay una tercera cuestión, ya mucho más complicada. ¿Cómo creamos -sin apelar a la solución fácil del estatismo que se practica con cada vez menos éxito en nuestra región- nuevos tipos de trabajo, que ni las empresas ni los mercados actuales demandan pero que la sociedad necesita? Además, ¿qué futuro tiene una sociedad y una economía que margina a un diez o veinte por ciento de la población a una situación de pobreza y que tiene a otro veinte o treinta por ciento en situación de permanente inestabilidad? ¿Es justo y humano condenarlos a la permanente flexibilidad, precariedad, pobreza o exclusión?[11].

La postura liberal para combatir la pobreza tiene varios elementos ciertos pero es insuficiente. Ciertamente en forma especial en la Argentina y en otros países de la región se requiere avanzar más en la creación de riqueza, de empleos y crecimiento genuinos mediante instituciones previsibles y libertad de mercado que permitan ir saliendo gradualmente del sistema de capitalismo patrimonialista en el que estamos atrapados desde hace siglos y que es una causa fundamental de nuestra pobreza. Es un hecho que la dinámica de desregulación producida por la globalización ha potenciado fuertemente la economía en muchos lugares del mundo y ayudado a salir a millones de personas de la denominada pobreza absoluta. Sin embargo, las características de la nueva pobreza que también produce el capitalismo flexible global que hemos señalado, muestran que este camino tiene límites importantes que muestran con claridad la parcial falsedad de la teoría del derrame como la forma para ir solucionando gradualmente el problema de la pobreza.

Ciertamente el Estado tiene una función central en la lucha contra la pobreza que es la de garantizar los derechos fundamentales mediante unas instituciones justas y estables así como unos bienes públicos básicos que permiten una base mínima de infraestructura educativa, de salud, en comunicaciones y servicios especialmente en los lugares más pobres de la sociedad. No obstante, el método redistributivo para combatir la pobreza tiene hoy límites muy claros. Por un lado, por razones éticas: la cultura de la dependencia del Estado es inmoral. Por otro lado por razones de sostenibilidad económica. Los déficits estatales necesarios para sostener artificialmente el empleo o los ingresos para los pobres por medio de subsidios, planes y otras medidas de este tipo no pueden ser financiados indefinidamente sin afectar la competitividad de la economía, lo que genera finalmente un problema en el sector privado que termina por producir más desempleo y pobreza.

Por lo demás, tampoco es viable el camino de la resignación o el de la racionalización religiosa del problema sostenida por representantes de algunas posturas neo-pauperistas. Estas últimos parecen ver en las nuevas formas de pobreza un camino para una forma de vida más evangélica en oposición a las formas egoístas del neocapitalismo competitivo y consumista. Sin embargo, como ya hemos señalado, estas posturas parten de una concepción tanto teológica como históricamente errónea de la pobreza evangélica y de sus relaciones con la cultura del trabajo, de la empresa y de la economía en general.

En realidad las nuevas formas de pobreza no se combaten sólo por medio del derrame de riqueza que produce el mercado, ni con transferencias o subsidios por parte del Estado, ni tampoco por medio de la sola solidaridad. Todos estos factores son importantes pero sólo si se logra obtener el fundamental: el trabajo. Esta ha sido y sigue siendo, por otra parte, la postura permanente del Magisterio Social de la Iglesia. Pero la gran pregunta, más allá del reclamo social, humano y moral, es ¿podemos responder positivamente –es decir con propuestas a la vez superadoras de las visiones actuales, y viables desde el punto de vista práctico- a estos cuestionamientos o es necesario adaptarse de modo fatalista a una situación que se presenta como inamovible?

De la cultura de la pobreza a la cultura del trabajo

La pobreza es un fenómeno con causas variadas, interrelacionadas entre sí por relaciones sumamente complejas, muchas veces superpuestas, fuertemente vinculadas a la existencia de estructuras objetivas, a situaciones particulares históricamente condicionadas, a percepciones, hábitos y tradiciones de origen cultural y a actitudes éticas de carácter personal o subjetivo[12]. Reducir el análisis de la pobreza y de su solución a uno solo o a unos pocos de estos factores es simplificar el problema. Es necesaria una mirada lo más amplia y lo menos ideológica posible, que permita captar con honestidad la complejidad de causalidades en juego con el fin de encontrar soluciones razonables de mediano y largo plazo adaptadas a la realidad concreta de las personas, en las diversas situaciones, lugares y tiempos. De todos modos, y a pesar de esta complejidad, casi todos los análisis actuales sobre el problema de la pobreza en la sociedad actual destacan su íntima relación con la dificultad del acceso al trabajo, el cual a su vez está íntimamente vinculado a la educación que se requiere para lograr dicho acceso. Ambos problemas, la educación y el trabajo, son pues los puntos en los que, como nos enseñó Don Bosco, es necesario concentrarse.

La respuesta genuina a la pobreza implica, en primer lugar, la respuesta a la pregunta de cómo posibilitar a todas las personas una educación y capacitación para lograr acceder a un empleo digno que les permita desarrollar tanto sus capacidades personales como mantener y educar a su familia. Si bien existen en algunos sectores del mercado laboral nichos de demanda de empleos –especialmente de aquellos que requieren cualificaciones muy altas o muy específicas- ¿cómo se soluciona el problema de la escasez de oferta de personas con estas características? Pero además, hay una enorme demanda insatisfecha de empleados con capacitación en oficios tradicionales y nuevos. ¿Qué ocurre que no hay personas capaces de presentarse exitosamente a esos puestos?

Una gran parte del problema radica en el sistema educativo actual que está diseñado básicamente en función de quienes ingresan al sistema escolar con el fin de llegar a la Universidad con la expectativa de insertarse en el sistema laboral. Este sistema es defectuoso por donde se lo mire. Por un lado, en general, ha dejado de brindar una formación integral sólida que permita el desarrollo de la persona completa siendo reemplazado por un tipo de enseñanza que ya no es ni enciclopedista, ni tampoco formativa desde el punto de vista humano y cultural. Por otro lado, tiende a estar supuestamente orientado al trabajo pero en realidad ni siquiera resulta útil para aprender a realizar nada práctico. Sigue siendo relativamente funcional para recoger las credenciales mínimas necesarias para que un pequeño grupo acceda al nivel superior y a partir de allí poder llegar a insertarse ya sea en el sector altamente competitivo de la economía con calificaciones sofisticadas para la knowledge economy, ya sea en los otros empleos cada vez más difíciles de obtener en el sector empresarial o estatal tradicional. Sin embargo, ofrece un camino con promesas vacías para una gran parte de quienes lo recorren, dejando sin nada al inicio, en el medio o en el final del camino para una gran parte de las personas que están lejos de conseguir un empleo estable y tampoco adquieren ningún tipo de educación ni de capacitación a cambio[13]. En este camino hacia ninguna parte, que constituye para cada vez más niños y jóvenes el sistema educativo, radica uno de los agujeros negros generadores de pobreza[14].

La concepción cristiana de la cultura del trabajo de origen monacal siempre entendió el camino educativo como un camino integral y mixto, en el que se buscaba desarrollar a la persona, por un lado, desde lo espiritual, lo afectivo y lo intelectual, al mismo tiempo en que se la hacía tomar contacto con algún tipo de trabajo u oficio manual, según las situaciones particulares. En el mundo actual, es muy común que alguien recorra todo el camino de los tres ciclos educativos sin haber hecho jamás nada práctico ni haber visto con sus propios ojos ni mucho menos experimentado ninguna tarea laboral concreta, sin por ello haber recibido tampoco una formación intelectual consistente. De ahí que en la situación actual, en la que el futuro presenta la necesidad de una flexibilidad mucho mayor en la capacitación para el trabajo, sea necesario, por un lado, enfocarse al mismo tiempo en una formación general fuerte que otorgue una capacidad amplia para moverse en situaciones y empleos diferentes, al mismo tiempo en que se recorre una vía paralela cada vez más intensa de formación práctica en oficios y tareas tradicionales y en nuevas tareas relacionadas especialmente con las nuevas formas de trabajo que van surgiendo al ritmo de la innovación tecnológica y productiva[15]. Especialmente en la Argentina y en otros países de América Latina, en donde la tradición señorial española y el racionalismo francés entre otras influencias, transmitió un cierto desprecio por los trabajos manuales, se ve una alarmante desvinculación de la escuela del mundo del trabajo, que aparece sólo al final del recorrido como un lugar completamente desconocido para los jóvenes.

Se plantea hoy así un imprescindible fortalecimiento del sistema educativo abriendo una doble vía, tal vez al modo del sistema dual alemán[16], en que se complemente una sólida educación humanística general, con una formación en oficios, o al menos en contacto con el mundo del trabajo. También es necesario que los empresarios, sindicatos, gobiernos y asociaciones de la sociedad civil se involucren en forma conjunta en la formación continua de las personas, más allá de las habilidades estrictamente vinculadas a un empleo específico[17]. No obstante, aún realizando estos cambios, ¿de qué manera se lograría un trabajo genuino en una sociedad en la que la situación dominante es la de una desocupación o escasez estructural de empleo? Esta pregunta nos lleva directamente a la otra gran cuestión que es la del modo de generar nuevos tipos de trabajo que superen los límites que actualmente muestra la economía capitalista creando un nueva cultura del trabajo en la que no sólo participen los super-competitivos o los favorecidos por algún esquema proteccionista sino que dé lugar también a quienes pueden aportar lo suyo.

El problema central hoy es que la economía no produce suficientes empleos genuinos[18]. Sin embargo, esta situación no implica que no haya una demanda no satisfecha de servicios o de producción de bienes que requerirían nuevos tipos de empleos. Por el contrario, por un lado, se van creando constantemente nuevos trabajos que parte de la nueva tecnología requiere, y para lo cual bastarían formas nuevas y más inteligentes de organizar la educación como las que mencionamos, para que, sin necesidad de entrar en las esferas intelectualmente más sofisticadas del mundo universitario, millones de personas pudieran integrarse en el mundo laboral. Pero, por otro lado, es necesario ampliar la oferta de empleos, por medio del único método que la historia y la ciencia económica han siempre considerado posible, al menos desde que los franciscanos entraron en el escenario: la circulación de la riqueza por medio de la inversión productiva. Pero, ¿cómo lograrlo?

De acuerdo a muchos analistas, el modo de generar nuevas formas de trabajo requiere de una combinación nueva entre las tres lógicas del mercado, el Estado y la sociedad civil, cuya intersección y complementación ha sido hasta ahora insuficiente. Se necesita que conformen, en medio de una economía posfordista, un círculo virtuoso que solucione los límites y vicios que cada uno de estos sectores está mostrando tener por separado para generar trabajo genuino[19]. En la Edad Media los franciscanos nos dieron la clave. Así como ellos influyeron poderosamente en el curso de la economía feudal para dar nacimiento a una cultura del trabajo en la que mercaderes, monjes y pobres pasaron a formar parte de un mismo circuito de circulación de la riqueza que posibilitó la salida gradual de la pobreza, hoy en día es necesario activar una dinámica similar.

La necesidad de trabajo en la sociedad actual es mucha, especialmente en el área de servicios de todo tipo –por ejemplo, en el campo de la salud y de los cuidados de personas que crece exponencialmente con el alargamiento de la vida, la fragmentación de la familia y el trabajo femenino[20]– pero también de bienes de buena calidad, -de elaboración artesanal, local, genuina- que una creciente porción de la población reclama[21]. Sin embargo, falta inversión en estas áreas que permita crear formas de trabajo, tal vez con ingresos menores a otros, pero que proporcionen empleos nuevos a muchas personas. ¿Por qué quiénes poseen un capital no invierten en ellos? Por múltiples razones como la inestabilidad y el riesgo general del capitalismo actual, la búsqueda de mayores ganancias, el desconocimiento de estos sectores de potencial inversión, pero sobre todo por la ausencia de mediadores, de puentes que comuniquen el mundo del capital –que es inmenso- con el mundo de las necesidades sociales, del trabajo voluntario en las asociaciones civiles y de muchos nuevos tipos de empresas a las cuales les falta financiación, inversiones para poder crecer y brindar los servicios y bienes que muchos necesitan pero que hoy pocos o casi nadie brinda[22]. Pero, ¿quiénes podrían ser estos nuevos franciscanos mediadores entre el capital y el trabajo del siglo XXI?

Conclusión: la herida del otro

 

De acuerdo al economista italiano Luigino Bruni[23], gran parte del problema del neocapitalismo actual obedece a un dispositivo que él denomina “inmunitario” por el cual las elites manageriales a cargo de las empresas tienden a cerrarse en sí mismas alrededor del círculo vicioso de la lógica de la maximización de beneficios que les exigen dueños y accionistas y su función de utilidad propia que los lleva a economizar cualquier clase de movimiento creativo para no quedar afuera de una competencia cada vez más feroz por los bonus, el ascenso o incluso por la mera supervivencia en la carrera profesional. Lo contrario de esta inmunidad es, según Bruni, el sentido de la empresa como comunidad de personas, que incluye a los dueños y managers pero también a todos los empleados, clientes y proveedores. Pero hay más: cuando el dispositivo inmunitario cae se genera en muchos empresarios y managers la percepción de que la empresa es en realidad una comunidad con múltiples fines que además se amplía por fuera de los límites estrictamente jurídicos de la sociedad constituida. Así el empresario o manager se involucra con los empleados, sus familias y escuelas y a partir de allí también con la comunidad: con los hospitales, las asociaciones locales, las otras pequeñas y medianas empresas cercanas y finalmente los barrios que conforman el propio territorio, pasando a considerarlas directa o indirectamente parte de una comunidad mayor en la que se siente que la empresa está involucrada.

De esta trama relacional en la que se inserta la empresa surge una nueva concepción de la llamada responsabilidad social empresaria, ya no limitada a una acción asistencial fugaz o a una filantropía paternalista, sino convertida en una nueva lógica de toda la actividad empresarial que además de buscar una rentabilidad y un lucro razonables, busca relacionarse con otras actividades que rodean a la actividad central de la empresa y que pueden llegar a integrarse con ella encontrando juntos beneficios recíprocos aunque no enteramente reductibles a un cálculo económico maximizador. Junto con los empresarios actúan también líderes sociales y religiosos, funcionarios gubernamentales, y otros múltiples actores que forman la trama de la sociedad civil, que cada día más supera al concepto tradicional de “tercer sector” para convertirse en una lógica de interacción que vincula a todos los sectores de la sociedad [24].

De este modo, los franciscanos, los Don Bosco del siglo XXI que abrirán las puertas de estos mundos hasta ahora tan poco comunicados entre sí serán aquellos que, logrando romper los dispositivos inmunitarios que protegen sus propios mundos, se vuelvan voluntariamente vulnerables para recibir lo que Bruni denomina “la herida del otro.” Tal como muestra la misma historia de los orígenes franciscanos del capitalismo, sólo si surgen algunos que abracen voluntariamente una forma de renuncia a la riqueza como pura posesión egoísta para convertirse ya sea en mediadores sociales, ya sea en empresarios inversionistas, ya sea en funcionarios públicos con motivaciones éticas o trascendentes distintas a la pura maximización de utilidad[25], será posible nuevamente una colaboración económica, social y humanamente productiva entre el capital y el trabajo que permita la inclusión de los pobres en una nueva cultura del trabajo que supere la actual cultura de la pobreza.

 

*Profesor de Filosofía y Economía, Facultad de Economía y C,Sociales, UCA.

[1] Romano Guardini, El universo religioso de Dostoyevski, Emecé, Bs. As., 1954.

[2] “La pobreza es «un poder de acoger a Dios, una disponibilidad a Dios, una humildad ante Dios».” (A. Gelin, O. C., p. 29, citado por Gustavo Gutiérrez, Teología de la liberación. Perspectivas, Sígueme, Salamanca, 1975, p.376.

[3] “Lo más característico de la esperanza del pobre es que ella surge de la experiencia del límite y se alimenta de esa experiencia. Por eso es esperanza en el sentido teológico de la palabra. La pobreza se convierte en actitud de esperanza. La carencia de bienes presenta el lado negativo de la pobreza; el lado positivo de la pobreza es la esperanza. Es pobre no solamente quien espera, porque ‘todo le va bien’, sino quien espera ‘a pesar de todo’ el acontecer negativo de este mundo.” L. Gera, “Entrevista al cumplir sus 50 años de sacerdocio,” en: V.R. Azcuy – P. Scervino (coord.), Ministerio peregrino y mendicante. Lucio Gera 50 años de sacerdocio, Nuevo Mundo 55 (1998) 37-63, 51-52.

[4] “Conocéis bien la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriqueciérais con su pobreza.” (2 Cor 8, 9).

[5] “Don Bosco nos enseña, ante todo –señala el Papa Francisco- a no quedarnos mirando, sino a ponernos en primera línea, para ofrecer a los jóvenes una experiencia educativa integral que, sólidamente basada sobre la dimensión religiosa, involucre la mente, los afectos, toda la persona, considerada siempre como creada y amada por Dios. De aquí deriva una pedagogía genuinamente humana y cristiana, animada por la preocupación preventiva e inclusiva, especialmente para los jóvenes de los sectores populares y de los grupos marginales de la sociedad, a los cuales ofrece también la posibilidad de la instrucción y de aprender un oficio, para ser buenos cristianos y honestos ciudadanos. Operando para la educación moral, civil, cultural de los jóvenes, Don Bosco ha obrado para el bien de las personas y de la sociedad civil, según un proyecto de hombre que conjuga alegría – estudio – oración, y también trabajo – religión – virtud.” Papa Francisco, Como don Bosco, con los jóvenes y para los jóvenes, Carta del Santo Padre Francisco al Reverendo Padre Ángel Fernández Artime Rector Mayor de los Salesianos en el Bicentenario del nacimiento de san Juan Bosco, junio 2015.

[6] De acuerdo a José Prellezo “se revela, de manera cada vez más determinada, en la experiencia educativa de don Bosco, la atención al trabajo: de los primeros encuentros con muchachos huérfanos o salidos de la cárcel, a quienes facilita un oficio al lado de algún honrado artesano, a la creación en Valdocco de sus propios talleres para el aprendizaje de los diferentes tipos de trabajo manual (zapateros, carpinteros, sastres, cerrajeros, tipógrafos). En la labor de transformación de los talleres artesanos en verdaderas escuelas profesionales, don Bosco contó con la ayuda de sus «coadjutores» (salesianos laicos) y especialmente de algunos miembros de su Consejo («consejeros profesionales generales»), dotados de amplia visión de futuro.” “Relación «escuela-trabajo» en la experiencia educativa de don Bosco”, Educación y Futuro, 28 (2013), pp. 112-113.

[7] A diferencia de lo sostenido por Hannah Arendt para quien, siguiendo a la tradición griega, el trabajo permanece fuera de la acción humana como una conducta inferior subordinada a los fines biológicos del hombre.

[8] Herbert A. Applebaum, The Concept of Work: Ancient, Medieval, and Modern, SUNY Press, New York, 1992.

[9] «La perfección no consiste esencialmente en la pobreza, sino en la imitación de Cristo»: TOMÁS DE AQUINO, ST 3, 35, 7.

[10] Cfr. Giacomo Todeschini, Ricchezza francescana: dalla povertà volontaria alla società di mercato,

Il Mulino, Bologna, 2004.

[11] Cfr. Richard Sennett, La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo, Anagrama, Barcelona, 2000.

[12] Nathan Glazer, The Poor: a culture of poverty: or a poverty of culture?, Eerdmans, New York, 1971.

[13] Según el censo realizado por la Unesco Global Education Digest, en 2010, la Argentina es uno de los países de la región con más baja tasa de graduación en el secundario: sólo un 43% de los estudiantes culmina sus estudios en tiempo y forma. Y sólo un 50% del total de los estudiantes accede a un título secundario.

[14] «Hoy la realidad es diferente a la de hace unos años; en la actualidad la posibilidad de que un joven consiga trabajo es tres veces menor a la de un adulto. Esta proporción aumenta si el joven es de una condición económica baja», explica Silvia Rodríguez de Uranga, directora general de Fundación Pescar, y agrega: «Esta situación se proyecta también en su futuro, ya que alimenta un círculo vicioso de reproducción intergeneracional de la pobreza». Leandro Milán, “Educación, oficios y trabajo sostenido,” La Nación, 3 de enero de 2015. Cfr. Stefano Zamagni, “Formazione, educazione e occupazione,” Notiziario – Ufficio Nazionale per l’Educazione, la Scuola e l’Università, n. 3 – Luglio 2005 – Anno XXX, pp. 25-41.

[15] “Según la Asociación Conciencia es necesario incrementar la participación activa de los jóvenes en sus oficios al tiempo que se comprometen con su comunidad para que entiendan la importancia de la cultura de trabajo. ‘Es vital que los jóvenes ejerzan un oficio, que los estimule a adoptar nuevos hábitos y actitudes en conexión con las necesidades del desarrollo local para que sean partícipes del crecimiento de su comunidad a través de su esfuerzo’, explica la licenciada María Victoria Hernández, responsable de los proyectos de Asociación Conciencia.” Leandro Milán, “Educación, oficios y trabajo sostenido”.

[16] Cfr. Diane-Gabrielle Tremblay y Irène Le Bot, “The German Dual Apprenticeship system. Analysis of its evolution and present challenges”, RESEARCH NOTE NO 2003-4A, Chaire de recherche du Canada sur

les enjeux socio-organisationnels de l’économie du savoir, Télé-université, Université du Québec, 2003; Peter Damlund Koudahl, “Vocational education and training: dual education and economic crises,” Procedia Social and Behavioral Sciences 9 (2010) 1900–1905.

[17] “La noción de que los empleados nuevos en el lugar de trabajo tendrán todas las competencias laborales requeridas en el curso de sus carreras es poco realista. Los empleadores deben tener una mayor participación.

En la formación de las habilidades, dada la importancia de ayudar a trabajadores a desarrollar y mantener sus habilidades utilizando plenamente éstas. Por otra parte, los empleadores deben ofrecer condiciones y oportunidades atractivas de aprendizaje en el trabajo y asegurar que sus estrategias de reclutamiento atraigan de manera eficiente y seleccionen talento. Las grandes empresas pueden promover la formación continua por la participación de sus proveedores en iniciativas conjuntas de formación, lo que lleva a posibles efectos indirectos positivos en general en la cadena de valor de la competitividad.” Matching Skills and Labour Market Needs Building Social Partnerships for Better Skills and Better Jobs, World Economic Forum Global Agenda Council on Employment, Davos-Klosters, Switzerland 22-25 January 2014, http://www3.weforum.org/docs/GAC/2014/WEF_GAC_Employment_MatchingSkillsLabourMarket_Report_2014.pdf

[18] Cfr. Jeremy Rifkin, El fin del trabajo: nuevas tecnologías contra puestos de trabajo : el nacimiento de una nueva era, Paidós, Barcelona, 1996; Don Peck, “How a New Jobless Era Will Transform America,” The Atlantic, 2010, http://www.theatlantic.com/magazine/archive/2010/03/how-a-new-jobless-era-will-transform-america/307919/

[19] Edmund Heery, Brian Abbott & Steve Williams, Civil Society Organisations – A New Employment Actor, Acas Policy Discussion Papers, http://www.acas.org.uk/media/pdf/7/5/Policy-Discussion-Paper-Oct-2014-CSO.pdf.

[20] “En noticias laborales, la salud está en todas partes. Esto se debe a que la industria de la salud se proyecta agregar más puestos de trabajo – más de 4 millones – que cualquier otra industria entre 2012 y 2022 , según la Oficina de Estadísticas Laborales de los Estados Unidos ( BLS ). Y se prevé que sea una de las industrias de más rápido crecimiento en la economía. “ Elka Torpey, Healthcare: Millions of jobs now and in the future, Occupational Outlook Quarterly • Spring 2014 • p. 28. www.bls.gov/ooq

[21] En opinión de Humberto Ortiz, experto peruano en Economía Social y Solidaria y colaborador del Consejo Episcopal latinoamericano, el crecimiento exponencial de las iniciativas de autorganización de los pobres en América Latina bajo la forma de pequeños emprendimientos, cooperativas y empresas sociales, requeriría de un gran shock de inversión no sólo en dinero sino en asesoramiento, know-how, capacitación y tutoría de parte del mundo de las empresas capitalistas. Sin perder sus propios objetivos e idiosincrasia, hoy se ve como el camino para la mitigación de la pobreza está nuevamente en la reunión de los mundos capitalista, social y estatal que durante mucho tiempo han seguido recorridos separados.

[22] Cfr. Breaking new ground: Partnerships for more and better jobs for young people, http://www.un.org/en/ecosoc/philanthropy1/pdf/issues_note-12_jan_2012.pdf

[23] Luigino Bruni, La herida del otro. economía y relaciones humanas. Ciudad Nueva, Buenos Aires, 2010.

[24] Cfr. The Future Role of Civil Society, World Economic Forum, January 2013, http://www3.weforum.org/docs/WEF_FutureRoleCivilSociety_Report_2013.pdf

[25] Helen J. Alford, Michael Naughton, Managing as if faith mattered: Christian social principles in the modern organization, University of Notre Dame Press, 2001; Amalendu Bhunia, Sri Amit Das, “Explore the Impact of Workplace Spirituality on Motivations for Earnings Management-An Empirical Analysis”, International Journal of Scientific and Research Publications, Volume 2, Issue 2, February 2012, pp. 1-5.

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