Las dimensiones eucarísticas de la unidad según Henri de Lubac

Eric de Moulins Beaufort*

La reflexión eclesiológica del Padre de Lubac, así como su reflexión eucarística, proceden de un intento de penetrar el versículo de la primera epístola a los Corintios: «Ya que no hay sino un solo pan, nosotros que somos muchos, formamos un solo cuerpo: pues todos participamos de un solo pan» (1 Cor 10, 17). Más precisamente, el Padre de Lubac, con algunos otros, los Padres y los medievales, ha mostrado que cuando hablan de la Iglesia o de la Eucaristía, siempre comentan directa o indirectamente el versículo del Apóstol. En ambos casos, se trata del Cuerpo de Cristo: el Cuerpo real, verdadero, efectivo, definitivo, que brillará en la gloria para la eternidad y prefigurado en su cuerpo histórico por la primera venida, y el cuerpo «en el misterio «,» místico” el Cuerpo ya celebrado, contemplado y dado y tocado, este Cuerpo incorporándose los creyentes que lo reciben, para la segunda venida. Cita, por ejemplo, a Gregorio de Bergamo: «En la Eucaristía … el cuerpo de Cristo que es la Iglesia … se anuncia místicamente o sacramentalmente»[1]. De Chatolicisme a su Méditation sur l’Eglise incluyendo por supuesto el magnífico Corpus Mysticum, la obra del Padre de Lubac ha contribuido en gran medida a devolver la unidad al primer plano de la conciencia cristiana.

No es imposible, sin embargo, que el juego de espejos entre la Iglesia y la Eucaristía así establecido, una referida y reenviando a la otra, haga descuidar el problema de fondo sobre el cual se estableció la unidad del pueblo de Dios como la gran obra de la Redención. El apóstol enfatiza fuertemente: » Muchos en un solo cuerpo.» El reto no sólo es insuperable por la historia de la división de la Iglesia y las diferencias confesionales derivadas de ella, tampoco lo es debido a la diversidad cultural de la humanidad. Viene más bien de la increíble capacidad de los hombres para oponerse, para divergir, para reagruparse uno contra el otro. La multiplicidad de los hombres, si la tomamos a nivel de individuos o de naciones o de los grupos sociales o religiones, se traduce tan fácilmente en incompatibilidades que no parecen ser resueltas sino por la victoria de algunos sobre otros, de tal modo que no está clara la consistencia de la afirmación de una Iglesia realmente una.

Ahora, quien se interesa por todos los escritos del Padre de Lubac puede detectar algunos estudios, algunas notas dispersas, nunca erigidas en un sistema o incluso en una doctrina clara, que constituyen, sin embargo, signos de una ola oculta pero murmurante que sostiene en lo profundo su investigación: una atención a las dimensiones que deben ser las de la unidad para que sea verdaderamente digna del Dios Creador y, por tanto, verdaderamente humana. Indicar siquiera sumariamente estas dimensiones puede ayudar a brindar una luz increíble, literalmente, a la buena noticia que constituye la confesión de fe de la Iglesia una.

«La Eucaristía hace la Iglesia, la Iglesia hace la Eucaristía».

Esta fórmula bien acuñada ha sido extraída de la Méditation sur l’Eglise del Padre Henri de Lubac. Se convirtió en una especie de adagio que casi podría pasar por patrístico, ya que parece estar marcada por el genio expresivo de un Agustín y tan exactamente ella sintetiza la doctrina eucarística de los Padres. Retomada por el Papa Juan Pablo II en su encíclica Ecclesia de Eucharistia la consagra como una formulación tipo de la fe de la Iglesia[2]. Viene del Capítulo IV de la Méditation sur l’Eglise, titulado: «El corazón de la Iglesia»: «Todo nos invita a considerar la relación de la Iglesia y la Eucaristía. De una a otra, se puede decir que la causalidad es recíproca. Cada una ha sido confiada a la otra por el Salvador. Es la Iglesia que hace la Eucaristía, pero también es la Eucaristía que hace la Iglesia. En el primer caso, es la Iglesia […] en el sentido activo, en el ejercicio de su poder santificador; en el segundo caso, es la Iglesia en el sentido pasivo de la Iglesia santificada. Y por esta misteriosa interacción es el único Cuerpo, al final, que se construye en las condiciones de la vida presente, hasta el día de su acabamiento»[3].

La doble causalidad así expresada destaca la unidad de la Iglesia. Pone de manifiesto, en efecto, que esta última no es sólo el resultado de una agregación, una reunión laboriosa y siempre frágil. De una a la otra de las causalidades, la palabra «Iglesia» y el verbo «hacer» no tienen exactamente el mismo significado. Lo que el autor expresa de este modo no es un ir y venir mecánico sino un abrigo mutuo. El primer término – la Iglesia hace la Eucaristía-, supone que la Iglesia es un todo con su propia consistencia. Lubac, en el análisis que ofrece, comienza recordando que todos los miembros de la Iglesia tienen, literalmente, un sacerdocio, que el Concilio Vaticano II, unos años más tarde, llamará el «sacerdocio común». Cada uno recibe por su bautismo la dignidad de poder ofrecerse a Dios. Pero Lubac pasa inmediatamente a afirmar que la Eucaristía se hace por la jerarquía de la Iglesia, por los que son ordenados para convertirse en los sucesores de los apóstoles o los que les están asociados. Entonces es muy importante subrayar que Lubac no escribió que los sacerdotes o los obispos y los sacerdotes hacen la Eucaristía, sino más bien la Iglesia. En ellos, configurados con Cristo Cabeza, la Iglesia actúa en su totalidad o en su conjunto, no como totalidad reconocible en un momento particular de la historia de la tierra, no como la suma de los creyentes, pero como el todo de la humanidad atraída por Cristo y unificada en Él. Cristo el Señor ofreciéndose a su Padre en la gloria eterna, puede dar a su Esposa el ofrecerse a su vez ofreciéndolo a él mismo. Así Lubac trata de explicar que la función principal de la jerarquía no es la enseñanza o el gobierno, sino más bien la liturgia y la santificación, es decir, la celebración de los actos a través de los cuales Cristo hace del pueblo de los creyentes la única Iglesia y le da el poder actuar como totalidad unificada para toda la eternidad.

El segundo término de la fórmula da cuenta de la obra de Cristo: la Eucaristía hace la Iglesia. Esta no es mantenida en la unidad por el solo efecto de un gobierno unificado o de una doctrina compartida. Tanto uno como la otra son útiles y están presentes en el organismo eclesial, pero el principio básico de la unidad es procurado por la Eucaristía, es decir, en esta ocasión, Cristo viniendo a los suyos para incorporarlos en el acto mismo donde se su ofrece al Padre por ellos. «Es necesario, ha escrito Lubac, que ellas [las almas] estén todas fundidas, por así decirlo, en el crisol de la unidad que es la Eucaristía»[4] .El simbolismo de las especies ahora puede considerarse de nuevo. Retomado de la plegaria judía y constantemente desplegado por los Padres de la Iglesia, contempla en el pan y el vino la multitud de granos molidos y cocidos en un solo pan, o uvas prensadas en un solo vino en los que la Iglesia se ve ya realizada sobre el altar. Los dos términos de la causalidad no se arrastran por lo tanto entre sí sino que son internos el uno al otro, porque la Iglesia está siempre realizada en la victoria de Cristo resucitado e incorpora en ella nuevos miembros que son los que Cristo le da, y porque ella está siempre profundizándose en cada una de las libertades que tiene lugar en ella y se deja formar y enseñar por el misterio. La unidad de la Iglesia no es la de una organización cuyas ruedas son cuidadosamente revisados ​​y aceitadas, no es la de una asociación cuya cohesión se mide por la voluntad de sus miembros. Viene de la obra de su Señor, ella recibió un regalo de arriba, del cielo y de la victoria sobre el pecado y la muerte que es el misterio pascual de muerte y resurrección.

La Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace la Iglesia. Fórmula que introduce en la percepción de la Iglesia cuerpo de Cristo, «cuerpo» no es una metáfora sociológica, sino la expresión del todo viviente y obrante que la gracia de Cristo da a sus miembros para configurarlos. Este último término es ampliamente recibido en la enseñanza y práctica de la Iglesia de hoy, los predicadores insisten y los fieles extraen su comprensión de sí mismos. La evidencia adquirida corre, sin embargo, el riesgo de aminorar la percepción de lo que procura esta unidad y su importancia. Lubac está realmente muy atento a eso. La reciprocidad de la fórmula apunta hacia lo que no dice directamente. El cuerpo «místico» no está soldado por una fuerza que destruiría la individualidad de cada uno. Lubac, por ejemplo, cita, para desafiarla, la afirmación de Simone Weil alabando la alegría primitiva que el hombre experimenta al sentirse parte interesada de un todo mayor que prevalece, se trate de una multitud impulsada por una música atrapante o por un espectáculo fascinante o un pueblo exaltado por el sentimiento de pertenencia nacional[5]. Por lo tanto, rechaza cualquier acercamiento entre la Iglesia y cualquier otra entidad humana unificada y unificadora. La Iglesia hace la Eucaristía, a la vez, porque es siempre y en todas partes la Iglesia en su totalidad que trasciende el espacio y los siglos quien ofrece la Eucaristía, y porque la Eucaristía es proporcionada a los bautizados por el Señor, que es la cabeza y llega a ellos a través de la jerarquía apostólica; La Eucaristía hace la Iglesia, a la vez, ya que su celebración acerca y reúne a los fieles, y porque Cristo mismo llega a cada uno para asociarlo desde el interior en su acto de ofrenda.

Ya las páginas de Catholicisme dedicadas a la Eucaristía insistían sobre el «sacrificio de la unidad»[6]; la conclusión de Corpus mysticum especificó desde la segunda edición, publicada unos meses después de la primera, un llamamiento para no confundir la dimensión comunitaria de la Eucaristía con un sentimiento comunitario, y de Lubac reclamaba así que los artesanos de la renovación litúrgica tuvieran cuidado con ser hipnotizados por las técnicas para obtener una expresión unánime de la multitud reunida[7]. Algunos pudieron ver en esta advertencia una señal del carácter en realidad tímido del teólogo. Se puede estimar, al contrario, que proviene de una percepción muy aguda del problema humano de la pluralidad y la unidad. Otras investigaciones de Lubac no directamente relacionadas con la Eucaristía y la Iglesia muestran su atención a la cualidad inalcanzable a los hombres, de una unidad verdaderamente humana. Para conseguirla hace falta nada menos que el sacrificio de Cristo. Tres textos casi marginales nos servirán como indicadores.

Diversi sed no adversi.

En 1951, Henri de Lubac fue invitado a contribuir a los Mélanges del Padre Jules Lebreton[8]. En un estudio relativamente corto se comprometió a descubrir los orígenes de una fórmula en la que el padre Joseph de Ghellinck, profesor de Patrística en Lovaina, había puesto su atención: «No sunt adversi (Patres), sed diversi». El padre de Ghellinck la había visto en los escritos medievales como referencia dada por los profesores a sus alumnos: en la lectura de los Padres, no debemos dejarnos engañar por las palabras; expresiones aparentemente contradictorias pueden decir lo mismo. Los diferentes contextos producen diferentes puntos de vista, esto no debe llevar a la conclusión de pensamientos opuestos con los demás. Lubac muestra fácilmente que esta consigna medieval es de origen más antiguo. Se extiende, de hecho, a los Padres de la Iglesia a lo que ellos mismos habían entendido de la lectura de los libros bíblicos y, muy especialmente, la lectura de los cuatro Evangelios. Diferentes historias, posiblemente detalles contradictorios, no son opuestos sino diferentes puntos de vista que destacan la profundidad del misterio que se ha jugado en todo momento.

Lubac multiplica los ejemplos en los Padres griegos como entre los Latinos, fórmulas que expresan la idea señalada por el Padre de Ghellinck, pero aplicándose a los autores sagrados. Explica la extensión a los Padres, por la creencia de la Edad Media en que aquellos que habían sido beneficiados con una cierta inspiración del Espíritu Santo, ésta prolongaba la de la Escritura santa. Sin duda, los medievales no tenían la exactitud de distinguir entre «inspiración» y «asistencia». Lo más importante es identificar la convicción de fe de que es el mismo Espíritu Santo -no la única diversidad numérica de los hombres-, el que produce la diversidad en los accesos al misterio, debido a la profundidad o densidad del mismo. La fórmula en sí, de nuevo retomada de la Edad Media, se extrae, como podía sospecharse, de un escrito de San Agustín. Cita Lubac con un breve comentario que se podría desdeñar para entender la historia de la fórmula, pero sugiere, a nuestro juicio, lo que de la fórmula le interesa. Agustin, de hecho, formula este adagio tomando la imagen paulina de la unidad adquirida entre los dos muros de la única piedra angular: «Ellos hacen estos dos muros, como dos montañas, una que viene de la circuncisión, la otra de la incircuncisión, uno de los Judios, el otro de las demás naciones no adversarios sino diversos «[9].

 

Diversi, sed no adversi: debemos afirmar no sólo los escritos de los antiguos, sino primero de estos dos pueblos separados por el muro del odio y que Cristo reúne al precio de su sangre. Ciertamente, ni Agustín ni Lubac construirán una teología completa de la unidad a partir de esta fórmula, pero el obispo de Hipona señala, no obstante, que las contradicciones entre los libros inspirados, incluyendo textos de los cuatro evangelios, se enraíza en la división estructural de la humanidad pecadora y anuncian una superación, ya que los cuatro Evangelios no son sino uno, como la multiplicidad de los libros bíblicos hace escuchar la única Palabra de Dios. Lubac no insiste en esto, la conclusión de su artículo homenaje se contenta con señalar que la fórmula no se refiere solamente a un hecho literario (expresiones contradictorias no indican posiciones contrarias, debemos estar atentos al contexto …) pero es un hecho de la revelación (la profundidad del misterio que sólo se puede atisbar por miradas convergentes), y también destacó el rol del Espíritu Santo para hacer la unidad real entre lo que expresan las diversas formulaciones y la eficacia de la cruz de Cristo.

 

De Concordia

                   El Pico della Mirandola[10] es un trabajo aparte en el conjunto de los escritos del Padre de Lubac. Se relata en su Mémoire sur l’ocassion de mes écrits que descubrió este príncipe del Renacimiento italiano por casualidad, junto con otras investigaciones, y que se dedicó a él, hasta el punto de desear proporcionar algunas claves de interpretación de su pensamiento[11]. Lo más evidente sobre el objetivo de este libro es que se trata de arrancar la interpretación de Pico della Mirandola de las manos de lecturas cerradas a la fe católica y la búsqueda de un precursor. Lubac muestra que el esfuerzo del pensamiento de este aristócrata florentino, que compartió los entusiasmos de su tiempo tiene sus raíces en una fe viva en Cristo y en Dios Trinidad, para sacar nuevas ideas para la comprensión de la humanidad y su destino. Pero el lector se da cuenta de que en el dibujo de este viejo humanista, el autor tiene la intención de mostrar que el cristianismo es la condición de un verdadero humanismo, al mismo tiempo que la atención al humanismo ayuda profundizar en la fe dada para identificar riquezas no explotadas.

Pero el gran tema perseguido por Pico es la armonía. En un mundo agitado, donde las ciudades y pequeños principados italianos aspiran a desarrollar sus talentos y ampliar su campo de acción, ¿cómo trabajar en pos de la concordia entre los hombres, cómo definirla aun si tiene que ser algo más que la dominación de un vasto imperio poniendo todo el universo bajo su ley uniforme? Pico propone el problema en sus fundamentos metafísicos, pensando con Platón y Aristóteles, buscando, no ponerlos de acuerdo, pero sí para identificar la pregunta fundamental que querían tratar el uno y el otro, cada uno con medios diferentes, según dos líneas diferentes, pero conviene que sus sucesores los recojan sin fabricar una conciliación que los que los corrompería a uno y otro, pero con la convicción de que afectan dos niveles diferentes y necesarios de la realidad.

 

Incompatibles[12]

Una paradoja extraída de Nuevas Paradojas nos muestra la expresión personal del Padre de Lubac: “Hay que admitir, hay que creer que en el dominio humano los incompatibles son complementarios. Esto tiene que llegar a ser en nosotros una persuasión profunda, que determine la conducta y las disposiciones íntimas. No sólo reconocerlo como un hecho inevitable, no sólo tomar partido, sino amar que esto sea así. Ser feliz con este hecho. Adherir a esta Voluntad divina. La comprensión mutua tiene este precio. La plenitud humana tiene este precio. El himno que debemos cantar al Creador tiene este precio. El amor a la verdad tiene este precio”[13]. Los hombres son diferentes. Es necesario mirar estas diferencias hasta el fondo, no hay que dejarse ganar por proximidades aparentes, comunidades de gustos o hábitos o pensamientos que serían superficiales. Hay que reconocer que los hombres son incompatibles entre sí: lo que los distingue es tan fuerte, que es difícil imaginar una conciliación, y sin embargo es posible y necesario afirmar que pueden formar un conjunto, que pueden vivir juntos y ayudarse… porque esta diversidad insuperable designa de hecho un abismo, pero también una promesa, una unidad más radical, más originaria y más rica. El capítulo “Relaciones humanas” de Nuevas Paradojas se abre de este modo: “Diferir, aunque sea profundamente, uno de otro, no significa ser enemigos: es ser. Reconocer y aceptar su propia diferencia no es orgullo. Reconocer y aceptar la diferencia con el otro no es debilidad. Si la unión debe ser, si tiene algún sentido, no puede ser sino unión entre hombres que difieren. Antes que nada es en el reconocimiento y la aceptación de la diferencia que la diferencia es sobrepasada y que la unión se realiza”[14].

Lubac sintetiza, de alguna manera el fondo metafísico de su Catolicismo. Comienza afirmando en la fe, a partir del relato de de la Creación según el Génesis, que la humanidad fue creada como una y que es el pecado el que transforma a los individuos en mónadas cerradas entre sí. El Redentor actúa para hacer posible el acercamiento de los que estaban alejados: “Divisa uniuntur, discordantia pacantur; éste es en principio el efecto de la encarnación. Cristo, tan pronto como existe, lleva en sí todos los hombres, –erat in Christo Jesu omnis homo. Porque el Verbo no solamente ha tomado un cuerpo humano; su encarnación no fue una simple corporatio, sino como dice San Hilario, una concorporatio. Él se incorporó a nuestra humanidad, y la humanidad se le incorporó”[15]. El Verbo encarnado procura a los hombres que toma sobre sí y, todavía más exactamente, los prepara (a los hombres) para una intimidad recíproca jamás experimentada.

Esta promesa debe entenderse en el nivel de las relaciones interpersonales: “Por encima de la comprensión de las palabras y los gestos, la communión de los espíritus no se opera sino por medio de aquello que ellos tienen de más personal, y podría decirse ‘por medio de aquello que tienen de más incomunicable’, porque se comulga realmente en lo que no se comunica en absoluto exteriormente”[16], realidad que encuentra su pleno acabamiento en la Iglesia y sólo en ella sola, porque “en Cristo los fieles están realmente presentes el uno al otro, y (…) para aquellos que viven de su amor, el bien de cada uno es el bien de todos”, de manera que “todo cristiano debería poder (…) decir a todo otro cristiano: ’Buscando una misma cosa, tendiendo hacia una misma cosa, estamos siempre presentes el uno al otro en Dios, en quien nos amamos’ y agrega Lubac, (la Iglesia) debería intentar hacer comprender (esta realidad) a todo hombre”[17]. Aclara lo que se juega en el nivel de los encuentros culturales o religiosos o de las realidades nacionales y políticas.

.

Para Lubac la persona plenamente realizada es una persona plenamente universalizada, lo que sin Cristo es una imposibilidad: “¿Cómo librados a nosotros mismos haríamos este “pasaje al límite” que debe darnos acceso a un mundo renovado, a ese mundo “regido por la misteriosa inmanencia de uno en todos y de todos en cada uno?”. Un doble obstáculo naturalmente infranqueable se levanta delante de nosotros bloqueando el acceso a la Tierra prometida: el de nuestro egoísmo y el de nuestra individualidad. Obstáculo moral y obstáculo metafísico: siendo uno la expresión reforzada del otro”. Solamente franquea este doble obstáculo aquél que Lubac contempla al fin de la meditación titulada: Mysterium crucis. Por Cristo que muere en la Cruz, toda la humanidad que él llevaba sobre sí renuncia y muere. Pero este misterio es más profundo todavía. El que llevaba en sí a todos los hombres era abandonado por todos. El Hombre universal muere solo. ¡Plenitud de la kénosis y perfección del sacrificio! Era necesario este abandono –y hasta este abandono del Padre- para operar la reunión. Misterio de soledad y misterio de desgarramiento, único signo eficaz de reunión y de unidad”[18]. Cada Eucaristía celebra este misterio e incorpora a aquellos que se dejan incorporar.

 

La unidad de la Tradición.

Henri de Lubac tiene una manera personal de pararse en el gran río de la Tradición. Se interesa muy poco por las diferencias de escuela, busca más bien lo que une, lo que es común más allá de los cambios de interés o de representación. Esto queda muy bien explicado en la introducción de Catholicisme[19]. Presta gran atención siempre a las líneas convergentes. Por ejemplo, desde Catholicisme muestra, de alguna manera, el acuerdo entre san Pablo y san Juan: imágenes diferentes (el cuerpo, la vid), diferentes percepciones (más pneumatológicas en uno, más cristológicas en el otro; más colectivas y enfocadas en la misión en uno, más interiores y orgánicas en el otro) provienen de un mismo y único misterio y a él reenvían. Por ejemplo, incluso en Corpus Mysticum, pone en juego la diferencia en la unidad entre San Agustín y San Ambrosio, el primero preocupado por la localización del cuerpo, el segundo más sensible al efecto espiritual de la presencia. Lubac teoriza esta manera de proceder en Le Mystère du surnaturel . Esto sólo puede ser abordado por «miradas convergentes». Le parece esencial no reducir a una unidad que sería distorsionada y en última instancia destructiva. La unidad viene de lo alto, los hombres no pueden sino propender a ella, designarla, esperarla y volverse disponibles.

Uno puede ver aquí sólo un hecho cultural, una forma de destacar la riqueza cultural de la diversidad humana. Sería olvidar cómo esta es una visión de fe, por una parte, y cómo Lubac ha sufrido la dificultad, para (por parte de) algunos en la Iglesia, de aceptar que el único misterio puede alimentarse de diferentes comprensiones, no necesariamente adversas, aunque aparezcan contradictorias. La unidad del misterio a transmitir, es decir, cuando se trata de vivirlo suscita necesariamente una diversidad de enfoques basados en épocas históricas y según los niveles de profundidad personal con que pudo ser recibido. La Foi chrétienne. Essai sur la structure du symbole des Apôtres[20] aplíca el método lubacense de lectura de la Tradición con un radicalismo que ilumina la cuestión ecuménica. Lubac, en efecto, se refiere indistintamente a autores católicos u ortodoxos y especialmente los protestantes, luteranos o calvinistas. No se queda en los lugares de posible divergencia, en cambio retoma todo lo que puede iluminar el acto de fe como un acto propiamente cristiano, que descansa en Cristo Jesús y el Espíritu Santo. Lubac, por supuesto, no niega las diferencias confesionales, sabe señalar el tesoro propiamente católico, la manera plenamente católica de ver, pero precisamente supone la capacidad de reconocer lo que es verdaderamente de Cristo y el Espíritu en lo que los teólogos de otras confesiones pueden afirmar.

La catolicidad de la Eucaristía.

Hay que volver al principio. Hans Urs von Balthasar había presentado Catholicisme como el libro-programa de su maestro y amigo, el que ya contiene todas las ramas de la obra que una vida larga volverá vasta y amplia. La intuición principal de Lubac es la unidad de la humanidad, fundada en el acto creador y redoblado, rejuvenecido, profundizado en el acto redentor. Catholicisme dejó en claro que no se trataba sólo de una unidad disciplinaria o doctrinal, ni organizacional ni de cultura. El misterio de la salvación lleva la promesa de una unidad de la humanidad en la que cada individuo recibe todo de todos los demás y es recibido sin reservas por todos. Lubac trata de definir así a la persona: «En su raíz, se puede imaginar a la persona como una red de flechas concéntricas; en su desarrollo, si se puede expresar su paradoja íntima en una fórmula paradojal, decimos que es un centro centrífugo[21] «. El individuo humano está llamado a devenir persona ya que es la imagen de Dios Trinitario. Esto no quiere decir que cada individuo se erige como un absoluto y tampoco que cada uno desaparecería en el todo. La persona es en conjunto relación e interioridad, capacidad de recepción y capacidad de profundización, no ilimitada si eso significa sin forma, pero según la medida de la Trinidad misma, donación ilimitada del Padre hacia el Hijo, y del Hijo hacia el Padre en la unidad del Espíritu.

La Eucaristía es para Lubac el sacramento de la unidad, no la unidad de la Iglesia solamente, sino de la unidad de la humanidad, que es la transfiguración prometida y ya adquirida en Cristo de la limitación de cada uno en la comunión con todos por profundización y dilatación. La Eucaristía edifica la Iglesia: porque contempla y celebra a la vez que no sólo proporciona una hermosa unidad de convicciones y comportamientos, sino que engendra a los hombres hacia la unidad final de la humanidad. Por la Eucaristía y en la Eucaristía, la Iglesia anuncia que las riquezas más personales podrán ser el bien común de todos, en la alegría compartida e intercambiada de todo deberse a los demás y ser para cada uno tan indispensable como Dios mismo.

El sacramento de la unidad católica.

La Iglesia Católica tiene esta intuición cuando niega la intercomunión con aquellos que no comparten la plenitud de la fe eucarística. Ya que la Eucaristía no es una forma de superar las diferencias en la recepción del misterio revelado. Requiere esfuerzos para aclarar los puntos de incomprensión, es la garantía de que estos esfuerzos no son en vano; lleva la exigencia de no resignarse a contradicciones pero adherir lo más posible a lo que es común. Es que la fuerza unificadora no es un acto en común que actuaría a través de la fuerza de la costumbre, no es una influencia secreta de Cristo en el fondo de los corazones que redirigiría los espíritus sin decirlo. Es el consentimiento más exacto a lo que Cristo hace y es, no sólo para los creyentes, sino para todos los hombres, ya que tomó sobre sí su destino, para que todos los hombres se abran los unos a los otros y a los demás, – no sólo o principalmente a las confesiones cristianas. La Eucaristía conlleva también el imperativo de no reducir la cuestión del ministerio a una simple cuestión de definir funciones. El ministerio petrino no es el obstáculo que está en el camino de la unidad sólo porque unos (católicos) no querrían renunciar a la eficacia de un poder exterior fuerte y unificante, mientras que los otros (ortodoxos, protestantes y anglicanos) harían camouflage, apelando a una autoridad más evangélica, con su rechazo para aceptar el precio de una unidad visible. En juego está el señorío de Cristo, la cabeza que unifica el cuerpo y da a su Iglesia todavía en camino el poder ofrecer al Padre el sacrificio total, porque sólo Él da a cada hombre el poder darse a todos y recibirse de todos. Como la Iglesia y la Eucaristía, el papado permite contemplar la unidad a la cual Dios conduce a la humanidad destacando la obediencia, a menudo penosa aquí, pero a la que hay que consentir porque el término es alegría del Hijo en el Padre. No hay sino una jerarquía en la que todos los participantes son hermanos, pero sobre todo, deben estar unidos por lazos personales de obediencia y la obediencia no puede ser simplemente un grupo de personas de buena voluntad.

Cada Eucaristía no sólo promete la más perfecta unidad de la Iglesia. Anuncia y ya ofrece la unidad entera de la humanidad, la unidad de los corazones y los espíritus, unidad en la caridad, es decir, en el amor felizmente vivido e intercambiado a través de todo lo que diferencia. En su simplicidad, su silencio, su carácter pacífico, la Eucaristía es el sacramento y el sacrificio de la unidad. Y la Iglesia, tal como aparece a los ojos de los hombres, incluyendo sus divisiones, porque celebra la Eucaristía del Señor, se atreve a presentarse como la que genera la unidad real y definitiva. Las divisiones confesionales en su historia le prohíben considerarse en una ya lograda victoria, ellas (las divisiones) la comprometen a recibirse siempre de su Esposo, y la llaman a ofrecer a todos los que no lo conocen todavía la alegría de dejarse tomar por El.

                                                                      Tradujo Cristina Corti Maderna

* Obispo auxiliar de París y vicario general. Autor de Anthropologie et mystique selon H.de Lubac, Cerf, 2003.Profesor en la Facultad Notre Dame. Miembro del consejo de redacción de Communio y de la Nouv.Rev.Théologique.

[1] H. de LUBAC, Méditation sur l’Eglise, Paris, 1953; O.Completes, Paris, Cerf, 2008, pp.112-113.

[2] Juan Pablo II; Ecclesia de Eucharistia,, 17.4.2003,n.26:”Si como lo he recordado la Eucaristía edifica la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía, se sigue que el lazo entre una y otra es muy estrecho”.

[3] H. de Lubac, Méditation sur l’Eglise, p.113.

[4] H.de Lubac, Méditation sur l’Eglise, p.125.

[5] H. de Lubac, op.cit.,p.131, cita a Simone Weil, Attente de Dieu, p.87: “Ciertamente hay una embriaguez en ser miembros del cuerpo de Cristo. Pero hoy muchos otros cuerpos místicos, que no tienen a Cristo por cabeza, procuran a sus miembros embriagueces de la misma naturaleza”. Para Lubac ‘la incomprensión del misterio de fe’ que estas líneas muestran es para los creyentes una advertencia.

[6] .H. de LUBAC, Catholicisme. Les aspects sociaux du dogme,Cerf, 1938; 2003 en las Oeuvres Completes: es el título de la cuarta sección del cap.tercero:”los sacramentos”. Y la sección siguiente, “Liturgias antiguas”culmina en la afirmación del Espíritu Santo: El, que bajó como un fuego devorador sobre el sacrificio de Elías, consume las escorias humanas que resisten la virtud unificante del sacramento”(pp.82-83). Es lo que tratamos de explicar.

[7] H.de LUBAC, Corpus Mysticum. L’Eucharistie et lÉglise au Moyen Age, Paris, Aubier, 1944;1949, Cerf, 2009, pp293-294, y nuestra presentación, p.XLII-XLIII.

[8] Recherches de science religieuse, t.XI, años 1951-1952, Mélanges Jules Lebreton, texto aparecido en el vol II, pp.27-40.

[9] H. de LUBAC, “A propos de la formule ‘Diversi sed non adversi’, art.cit, p.36, citando Agustín, Enarratio in psalmum 47, n.3 P.L. 36, 534.

[10] H.de LUBAC, Pic de la Mirandole. Etudes et discussions, Paris, Aubier Montaigne, 1974.

[11] H. de LUBAC, Mémoire sur l’occasion de mes écrits, Namur, 1989, 1992; Oeuvres Completes, t.XXXIII, Paris, Cerf, 2006, p.141.

[12] El problema de los incompatibles está bien expresado poir Alexandre Schmemann, en su diario, el 5.12.1975: “En casa, tensión que crea la presencia de mamá.No es una tensión profunda ni importante, pero a causa de la constante fatiga de L.(su esposa) es perceptible. Hoy hace un mes que llegó mamá. Me das lástima amabs y las comprendo: siento cuán difícil es vivir en este mundo pequeño”, en Journal (1973-1983), Paris, Ed. Des Syrtes, 2009, p.305.

  1. Henri de Lubac, Paradoxes, suivis de Nouveaux Paradoxes, op. cit..p 120-121

14.Op.cit.p.119

  1. Henri de LUBAC, Cahtolicisme, op.cit, p. 14-15, citando a Fulgence, san Cyrille d’Alexandrie y san Hilaire. 15.La primera cita quiere decir:’Lo que estaba dividido está unido, lo que estaba dirigido a la discordia está pacificado’. Ver los comentarios sobre todo esto en Étienne Guibert, Le Mystère du Christ selon Henri de Lubac , coll.’Études lubaciennes’ V,Paris, Éditions du Cerf, 2006, p. 139-165.

16.Henri de LUBAC, Catholicisme, op.cit p.301.

17.Henri de LUBAC, Chatolicisme, op.cit. p.55.

18.Henri de LUBAC, Catholicisme, op.cit. p.323.

19..Henri de LUBAC, Catholicisme, op.cit, p XIII.

20.Henri de LUBAC, La Foi chrétienne. Essai sur la structure du symbole des aportes, Paris, Aubier, 1969, 2 éd. 1970 ;Oeuvres complètes, t.V, Paris,´Éditions du Cerf, 2008, ver la notable presentación del pastor Meter Bexell, p. IV-V y XXVII a XLIV.

21.Henri de LUBAC, Catholicisme, op.cit., p.290..

Leave a Reply